In sudore vultus tui vesceris pane (Genesis 3, 19)
EL SERVICIO A LOS DEMÁS
El amor al prójimo es el distintivo del cristiano. Tiene que
ser en todas sus actividades.
Cuando nosotros trabajamos, no podemos prescindir de la
consideración y de la alegría que nos produce el estar prestando un servicio a
los demás.
Cualquiera que sea nuestro trabajo, debe PRODUCIR bienes
para los demás. Bienes materiales o espirituales: acero, orden público o
siembra de virtudes.
Recientemente se proyectó en nuestras pantallas la película
“Sabrina”. Uno de sus protagonistas era un hombre de empresa, enfrascado
siempre en sus negocios, atento a toda innovación que pudiera mejorar calidades
o sistemas de producción.
Otro de los personajes le reprocha en una escena esta
dedicación o sistema de producción tan absorbente:
- Te domina la sed del oro. Apenas has puesto en marcha un
negocio, cuando ya estás dando vueltas a otro. Todo lo que de hermoso tiene la
vida no significa nada para ti. Sólo piensas en dominar, ganar, mejorar
rendimientos.
El jefe de empresa le responde con vehemencia:
- Te equivocas. No es el dominar ni el ganar lo que da
sentido a mi vida. Es el saber que con cada mejora que introduzco pongo al
alcance de muchas personas objetos que harán su vida más cómoda y mejor. Es el
lograr reducir los precios y mejorar las calidades. Es el extender los
beneficios de mi empresa a todos mis colaboradores, obreros y empleados. Es dar
trabajo y pan a nuestras familias…
EL QUE NO TRABAJA…
… es algo más que un zángano. Es un traidor a sí mismo, que
reniega de su propia perfección.
Es un traidor a Dios, a quien niega la gloria de hacerse
obra divina más perfecta y su colaboración en la creación.
Es un traidor a sus semejantes, que come la sopa boba y se
alza con una parte de los bienes que corresponden a toda la Humanidad, y a los que
no tiene ningún derecho.
Esto lo formuló San Pablo con todo vigor y sin paños
calientes: “El que no trabaja, que no coma”.
REPARACIÓN
El trabajo cuesta, es verdad. Más o menos, según se acierte
menos o más con la propia vocación. Pero siempre cuesta esfuerzo.
Esto le da un nuevo sentido en el marco de la Redención.
Cristo nos redimió en la Cruz.
Y nos invita a todos a incorporar nuestros dolores y
sacrificios a los suyos, porque la vida del cristiano es incorporación a la de
Cristo.
Tenemos que reparar en justicia por nuestros propios
pecados. Y debemos reparar generosamente por los pecados de todo el mundo.
Todos, unidos a Cristo, ofrecemos el Sacrificio de la
Misa. Y cuando las manos del sacerdote
levantan la patena y sobre ella la
Hostia, como ofrenda anticipada del Cuerpo de Cristo, debemos
poner en ella también los trabajos del día que empieza. La Iglesia gustó siempre de
este simbolismo; los granos de trigo que, molidos y amasados, se integran en la Hostia, representan el
trabajo del día ofrecido por el pueblo cristiano en unión con la Víctima Santa.
No hay vida cristiana sin mortificación y sacrificio. Y
todos los autores espirituales están de acuerdo en que el primero de todos es
aceptar las molestias que impone el deber de estado, y dentro de él, el trabajo
de todos los días. (Continuará…)
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