Porque no se contentó el diablo con tentar al común Señor
nuestro. Cada día emplea sus mismas artes con cada uno de sus siervos, no sólo
en los montes y soledades, sino también en las ciudades, en las públicas
plazas, en los tribunales; y no sólo nos ataca por sí mismo, sino valiéndose
también de hombres de nuestros mismo linaje. ¿Qué tenemos, pues, qué hacer?
Negarle absolutamente fe, taparnos los oídos, aborrecer sus adulaciones y
volverle tanto más resueltamente las espaldas cuanto mayores promesas nos haga.
A Eva, cuanto más la levantó con locas esperanzas, más profundamente la derribó
y mayores males le acarreó. Es enemigo implacable y nos tiene declarada guerra
sin tregua. No es tanto el empeño que nosotros tenemos por nuestra salvación,
como el que pone él por nuestra perdición. Rechacémosle, pues, no sólo con la
intención, sino también con la acción. No hagamos nada de lo que el diablo
quiere, y así haremos todo lo que quiere Dios. Mucho, en efecto, nos promete;
pero no para dar sino para quitar. Promete del robo para arrebatarnos el reino
de los cielos y su justicia. Promete en la tierra tesoros, como lazos y redes,
a fin de privarnos de ésos y de los cielos. Quiere que seamos ricos aquí, para
que no lo seamos después
San Juan
Cristóstomo, Sermones sobre San Mateo