Muy Santo Padre:
Humildemente prosternados a los pies de Vuestra Santidad, os pedimos muy respetuosamente os dignéis acoger la súplica que osamos dirigiros.
En vísperas de la tercera sesión del Concilio nosotros estudiamos los esquemas propuestos al voto o la disposición de los Padres. Ante algunas de sus proposiciones debemos confesar nuestra emoción y nuestra ansiedad.
No encontramos absolutamente en su enunciado lo que pedía Su Santidad Juan XXIII: "la precisión de términos y conceptos que hace la gloria especial del Concilio de Trento y del Ier. Concilio del Vaticano". Esa confusión en el estilo y las nociones produce una impresión casi permamente de equívoco.
El efecto del equívoco es exponer al peligro de interpretaciones falsas y permitir desarrollos que no están, seguramente, en el pensamiento de los Padres Conciliares. Es cierto que la "formulaciones" son nuevas y a veces completamente inaceptables. Y lo son a tal punto, creemos, que no nos parecen conservar "el mismo sentido y el mismo alcance" que las que la Iglesia empleaba hasta aquí. A nosotros, que quisimos mostrarnos dóciles a la encíclica "Humani Generis", nos produce una gran confusión.
Este peligro del equívoco no es ilusorio. Ya los estudios hechos por ciertos "expertos del Concilio", bajo la dirección de obispos, extraen conclusiones que se nos había enseñado a juzgar como imprudentes, peligrosas, cuando no fundamentalmente erróneas. Ciertos esquemas, y muy particularmente el del Ecumenismo con su Declaración sobre la libertad religiosa, son explotados a gusto y paladar en términos y en un sentido que, si no los contradicen siempre, por lo menos se oponen formalmente tanto a la enseñanza del Magisterio ordinario cuanto a las declaraciones del Magisterio extraordinario dirigidas a la Iglesia durante más de un siglo. Ya no reconocemos en ellos la teología católica ni la sana filosofía que le debe iluminar el camino por la razón.
Lo que, para nosotros, agrava aun la cuestión es que la impresión de los esquemas nos parece que permite la penetración de ideas, de teorías contra las cuales la Sede Apostólica no ha cesado de ponernos en guardia.
Comprobamos, en fin, que los comentarios que se hacen a los esquemas en estudio presentan las cuestiones propuestas como semi-resueltas. Lo que no deja de presionar (lo dice la experiencia) sobre el voto de los Padres.
Nuestro propósito no es el de "tener razón contra los otros", sino, muy sinceramente, trabajar para la salvación de las almas que la caridad sólo puede asegurar en la verdad.
Nos permitimos agregar que un gran número de fieles y de sacerdotes, a quienes una prensa extremadamente abundante presenta esas perceptivas de "aggiornamiento" aventurado, se confiesan muy turbados.
Nuestra súplica, Santísimo Padre, querría, en la más humilde sumisión, obtener de Vuestra Santidad que en la apertura de los próximos trabajos del Concilio, tenga a bien recordar solemnemente que la doctrina de la Iglesia debe expresarse sin ambigüedad, que respetando esa existencia es como ella aportará las luces nuevas que necesita nuestro tiempo, sin sacrificar nada de los valores que ella ha dispensado ya al mundo, y sin exponerse a servir de pretexto para el resurgimiento de errores sin cesar reprobados desde hace más de un siglo.
Solicitando de Vuestra Santidad la mayor indulgencia para la libertad que nos tomamos, le rogamos se digne acoger los sentimientos de nuestro más filial respeto y nuestra docilidad absoluta y quiera bendecirnos.
Del libro "Acuso el Concilio" de Mons. Marcel Lefebvre(Esta carta fechada en junio del año 1964, en plena celebración del Concilio Vaticano II y dirigida al Santo Padre Pablo VI, quedó sin respuesta. Una carta firmada por cinco Padres Conciliares y dirigida con toda humildad y sumisión, quedó sin respuesta, lo que dice mucho sobre la clase de persona que era el mencionado Pontífice)