Así vienen esos no cristianos a reconocer como motivo único que forma la felicidad humana: el amor de Dios y del prójimo. Si queremos mayor afirmación de la vida, si queremos más valor y abnegación, sólo hay una cosa: la vuelta a una verdadera, profunda religiosidad.
Hay que ir de nuevo a la Cruz y a la imitación del Hombre-Dios, el cual tomó toda pena sin abrir su boca, estribando nosotros en sus huellas hasta que nos llame a sí el Padre Celestial.
No hay duda que la humanidad se purificará en esta crisis mundial en las misteriosas aguas de la tribulación; mas nuestro catecismo da la explicación de que todos los hombres han de sufrir y es el dolor el compañero casi inseparable del hombre.
En vez de fomentar la lucha y odio de clases y atizar en la prensa contra explotadores y ricos, tenemos nosotros los cristianos el deber de proclamar, una y otra vez y siempre, que todo hombre es un ser pasible al que debemos amor; y terminaré con Donoso Cortés:
"Los pobres suspiran bajo la carga de sus penas; los hartos, a causa de su saciedad; los poderosos, oprimidos por su soberbia; los perezosos, por su ociosidad; los envidiosos, bajo su envidia; los elevados, por el más pequeño desprecio."
"El sufrimiento produce la grandeza del hombre, pues no hay grandeza sin sacrificio y el sacrificio no es otra cosa sino sufrimiento sobrellevado voluntariamente. La Iglesia celebra como santos a aquellos fuertes que sobrellevaron todos los sufrimientos corporales y espirituales con el escudo de la paciencia. El que se siente asido por las garras de la codicia y a pesar de eso repele de sí todos los tesoros del mundo; el que percibiendo los atractivos de la concupiscencia, se conserva dueño de sí en su continencia; el que en la lucha contra los pensamientos deshonestos guarda incontaminada la blanca vestidura de su alma; el que sube tanto sobre sí en su humildad, que alcanza victoria sobre su soberbia; el que entristeciéndonos como nos entristecemos muchas veces ante la felicidad ajena, así se vence, que su odiosa tristeza la torna en santa alegría; el que al orgullo que pretendía elevarse hasta las nubes, lo ha derribado hasta la tierra; el que ha vencido su pereza, viniendo a ser ejemplo de aplicación; el que sumido en profunda pena, repudiándola, con noble virilidad, se eleva a la alegría del espíritu; el que por amor de su prójima, contradice a su amor propio y renunciándose a sí mismo, dedica su vida en perfecto holocausto, en heroico sacrificio, a sus prójimos, ese únicamente es el verdadero auxilio en la necesidad del tiempo presente."
Del libro "LA CRISIS DE NUESTRA CULTURA" de F. Buomberger. Traducido del alemán por R.P. José Muñero S. J.
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