Estos frutos nacidos del Concilio Vaticano II y de las reformas postconciliares son frutos amargos, frutos que destruyen la Iglesia. Y cuando me dicen: "El Concilio y las reformas postconciliares, ni tocarlos", entonces contesto lo mismo que dicen los que hacen las reformas, no soy yo quien ha hecho sus reformas, los que las hacen dicen: "Las hacemos en nombre del Concilio. Hicimos la reforma litúrgica en nombre del Concilio. Hicimos la reforma de los catecismos en nombre del Concilio. Hacemos todas las reformas en nombre del Concilio". Y son ellos, las autoridades de la Iglesia. Son ellos los que por consiguiente, interpretan legítimamente el Concilio. ¿Qué pasó en el Concilio? Podemos averiguarlo fácilmente leyendo los libros que fueron precisamente los instrumentos de este cambio de la Iglesia que ha operado ante nuestros ojos. Leed, por ejemplo, "El Ecumenismo visto por un Masón", de Marsaudon; leed el libro del senador del Doubs, M. Prelot, "El Catolicismo Liberal", escrito en el 69 y que os dirá qué es el Concilio para el católico y liberal. Lo dice en las primeras páginas de su libro: "Habíamos luchado durante un siglo para que prevalecieran nuestras opiniones en el seno de la Iglesia y no lo habíamos logrado. Por fin llegó el Vaticano II y triunfamos. Desde entonces, las tesis y los principios del catolicismo liberal están definitiva y oficialmente aceptados por la Santa Iglesia". ¿No os parece éste un buen testimonio? No soy yo quien lo dice, sino él, exhibiendo su triunfo y felicitándose por él.
Nosotros lo decimos llorando, porque ¿qué han querido los católicos durante un siglo y medio? Casar a la Iglesia con la Revolución. Casar a la Iglesia con la subversión. Casar a la Iglesia con las fuerzas destructoras de la sociedad, de toda sociedad, desde la sociedad familiar y civil hasta la sociedad religiosa. Y este matrimonio de la Iglesia está plasmado en el Concilio: coged el esquema "Gaudium et Spes" y en él encontraréis que hay que casar los principios de la Iglesia con las concepciones del hombre moderno. ¿Qué se quiere decir con eso? Pues se quiere decir que hay que unir a la Iglesia, la Iglesia Católica, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, con los principios que son contrarios a esa Iglesia, que la minan, que siempre han estado contra la Iglesia. Y es precisamente esta unión la que se intentó en el Concilio por los hombres de Iglesia. Y no por la Iglesia. (Un Evêque parle, 1976, t. II. pp. 104-105)
Mons. Marcel Lefebvre
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