La Iglesia abre la Cuaresma con la imposición de la ceniza a sus fieles. Es el recordatorio de nuestra condición mortal y la afirmación de que la penitencia es necesaria.
En la primitiva Iglesia la organización de una penitencia colectiva para los culpables de pecados graves y públicos iba acompañada de la preparación de los catecúmenos al bautizo pascual. Al comenzar la Cuaresma, bendecía el Obispo los instrumentos de penitencia y la ceniza, y la imponía a los penitentes, quienes durante cuarenta días expiaban sus pecados “in cinere et cilicio”, en espera de la reconciliación sacramental del Jueves Santo. La imposición de la ceniza, tal cual hoy se realiza, es una extensión y transposición de la antigua penitencia pública; lo que en un principio afectaba tan sólo a una categoría de fieles, ha acabado por atenuar su rigor, a fin de aplicarse a todos sin excepción. (1)
En el esfuerzo de purificación, en que la Iglesia nos introduce, tiene su parte la expiación, pero en mayor grado aún la Misericordia Divina. Misericordia que nos hacen implorar las lecturas, cantos y plegarias, tanto de la ceremonia de la ceniza como de la misa que sigue, en la certeza de que seremos escuchados. A lo largo de toda la Cuaresma proseguirá este esfuerzo, alentado con la expectación de la Pascua y de la alegría de las que hayan de ser rescatados.
(1) Fue el Papa Urbano VI quien, en el Concilio de Benevento de 1091, prescribió la imposición de la ceniza a todos los fieles.
Fuente: "Misal diario y Vesperal" de D. Gaspar Lefebvre y los Monjes Benedictinos de la Abadía de San Andrés
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