Cuántas veces se ha dicho de él: “Es un hombre de dos caras”.
Los que se le acercaban se quedaban impresionados. Pablo VI tenía una veces
cara de católico, y otras de muy modernista, muy favorable a los diálogos con
las demás religiones y al falso ecumenismo. Siempre esa doble cara y doble
actitud para destruir a la Iglesia. No
se puede vivir en esa situación de contradicción permanente. Por ese motivo,
Pablo VI, al final de su vida, fue un hombre torturado. Estaba en una situación
espantosa, pues por una parte veía la destrucción que se realizaba en la Iglesia según los
principios que él mismo había favorecido y puesto en obra, y eso le hacía
sufrir; y por otra parte, se sentía siempre inclinado a seguir en la misma
dirección, la de los principios que destruyen a la Iglesia : libertad de
cultos, separación de la
Iglesia y del Estado, y acuerdo con los comunistas, con los
masones y con todos los enemigos de la Iglesia , lo que no podía sino llevarla a su
destrucción. Por una parte empujaba y por otra tenía miedo porque veía
claramente que el responsable iba a ser él. Era un hombre desgarrado
Monseñor Lefebvre
SOBRE LA IMAGEN QUE ILUSTRA LA ENTRADA
Pablo VI escogió un momento especial para renunciar a la
tiara: El 13 de Noviembre de 1964, en medio de las celebraciones de la tercera
sesión del Concilio Vaticano II, depuso solemnemente su tiara a los pies de la Imagen de San Pedro. La
pudieron rescatar los católicos de USA gracias al famoso Cardenal Francis
Spellman, que organizó la recaudación que alcanzó más de un millón de dólares;
hoy se expone en la cripta de la Basílica-Santuario de la Inmaculada Concepción
en Washington D.F.
De aquel histórico y simbólico momento, una ceremonia
con quasi signos de abdicación o auto-deposición, quedan algunos testimonios
gráficos. Esta foto, por ejemplo, con el venerable Cardenal Ottaviani
sosteniendo el manto papal con gesto compungido, a punto de romper en
llanto; y el no menos venerable Monseñor Enrico Dante, ceremoniero pontificio
desde tiempos de Pio XII, con sus enjutos rasgos aguzados en un contenido y
enervado rictus. Pablo VI tiene un gesto estudiadamente humilde; sabe lo que
está haciendo y lo quiere. Un gesto que dice tanto y que desprecia tanto también.
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