Don Marcelino Ramos Rincón |
En la iglesia parroquial de San Ildefonso de Herreruela
de Oropesa, está enterrado el sacerdote Marcelino Ramos Rincón. Había nacido el
4 de diciembre de 1901. Se ordenó sacerdote el 15 de Junio de 1924.
Desde 1935 ejercía como párroco del pueblo cacereño de Berrocalejo de Abajo, que por entonces pertenecía a la diócesis de Ávila. Desde los primeros meses de 1936 había recibido injuriosos anónimos. Tras estallar la guerra, la parroquia se transforma en almacén de víveres, y la ermita de la Virgen de los Remedios servirá como cárcel. Todo el material (retablos, imágenes, cálices...) fue destrozado. Los milicianos usaron, en una ocasión, las astillas de las imágenes de uno de los retablos para cocinar, exclamando: ¡Verás qué bien cuece hoy la comida!...
Todo concluye con la detención de don Marcelino en la iglesia, que se encontraba allí consumiendo las Sagradas Formas.
Pidió que le dejasen trasladarse a su pueblo natal, como así se lo concedieron.
Llegó a Herreruela el 21 de Julio. Y el 23 lo detuvieron por primera vez. Le sacaron a las afueras, pero no le mataron. Al escuchar detonaciones la familia pensó que le habían asesinado... pero regresó a su casa. Hay testigos que afirman que hasta el 25 de julio celebró la Santa Misa. Aunque le animaron a abandonar el pueblo, Don Marcelino se negaba por temor a que la emprendiesen con su familia. Estando oculto en casa de su hermana Cayetana, el 7 de agosto, se presenta un grupo de milicianos. Tras hacer un registro buscando armas, le ordenan que les acompañe. Su sobrina Aurea se puso a llorar y uno de ellos le espetó: ¡No llores, que a las diez de la noche viene...! Una camioneta les estaba esperando. Haciéndole subir, salen en la dirección a la Calzada de Oropesa, y antes de llegar le asesinaron. Su cuerpo permaneció dos días en descampado.
Desde 1935 ejercía como párroco del pueblo cacereño de Berrocalejo de Abajo, que por entonces pertenecía a la diócesis de Ávila. Desde los primeros meses de 1936 había recibido injuriosos anónimos. Tras estallar la guerra, la parroquia se transforma en almacén de víveres, y la ermita de la Virgen de los Remedios servirá como cárcel. Todo el material (retablos, imágenes, cálices...) fue destrozado. Los milicianos usaron, en una ocasión, las astillas de las imágenes de uno de los retablos para cocinar, exclamando: ¡Verás qué bien cuece hoy la comida!...
Todo concluye con la detención de don Marcelino en la iglesia, que se encontraba allí consumiendo las Sagradas Formas.
Pidió que le dejasen trasladarse a su pueblo natal, como así se lo concedieron.
Llegó a Herreruela el 21 de Julio. Y el 23 lo detuvieron por primera vez. Le sacaron a las afueras, pero no le mataron. Al escuchar detonaciones la familia pensó que le habían asesinado... pero regresó a su casa. Hay testigos que afirman que hasta el 25 de julio celebró la Santa Misa. Aunque le animaron a abandonar el pueblo, Don Marcelino se negaba por temor a que la emprendiesen con su familia. Estando oculto en casa de su hermana Cayetana, el 7 de agosto, se presenta un grupo de milicianos. Tras hacer un registro buscando armas, le ordenan que les acompañe. Su sobrina Aurea se puso a llorar y uno de ellos le espetó: ¡No llores, que a las diez de la noche viene...! Una camioneta les estaba esperando. Haciéndole subir, salen en la dirección a la Calzada de Oropesa, y antes de llegar le asesinaron. Su cuerpo permaneció dos días en descampado.
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