INTRODUCCIÓN
EL DOGMA SE DEFIENDE CONSERVANDO LA SANTA MISA DE SIEMPRE
MONS. LEFEBVRE Y LOS "LEFEBVRISTAS"
Hace diez años, su Excelencia Monseñor Lefebvre, en su octogésimo tercer año de vida, sintiendo aproximarse la hora de su muerte, consagró cuatro obispos sin esperar el mandato pontificio (prometido en el curso de las extenuantes tratativas, pero siempre diferido o sometido a condiciones) con el fin de permitir la supervivencia de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, Congregación de gran mérito fundada por él en noviembre de 1970 a pedido de un grupo de seminaristas franceses para la conservación de la sana doctrina católica, de los seminarios que se inspiraban en esta última y de la Santa Misa de rito tridentino. A consecuencia de ese acto, Monseñor, considerado ya como “rebelde” por haber rehusado cerrar la Fraternidad como le había impuesto arbitrariamente el Ordinario local, (Monseñor Mamie), y suspendido “a divinis” por haber igualmente ordenado sacerdotes a los seminaristas que había acogido, fue inmediatamente declarado excomulgado ipso facto bajo la doble acusación de ser desobediente al Papa y cismático.
Con esta excomunión, la Santa Sede puso definitivamente en el destierro a Monseñor Lefebvre y a la Fraternidad que había fundado. Y se hizo el vacío alrededor de los pretendidos “lefebvristas”, clérigos y laicos. Y decimos “pretendidos lefebvristas” porque no existe ni ha existido jamás un “lefebvrismo”. En efecto, no existe una “doctrina” de Monseñor Lefebvre. Se ha intentado y se intenta hacerlo pasar por “cismático” o resueltamente “hereje”, como a todo “excomulgado” que se respete, pero todas estas acusaciones, destinadas a impresionar la imaginación colectiva, son totalmente falsas, como bien lo saben aquellos que han estudiado los hechos.
Monseñor Lefebvre no ha sido jamás el jefe de una secta, nunca ha querido constituir una, no ha sido jamás considerado como el jefe de los “tradicionalistas” en general. Su pensamiento religioso, tal como resulta de sus predicaciones o de sus diversos escritos exegéticos, es absolutamente ortodoxo. Y pleno de un celo ardiente por la verdad católica. Ha sido excluido y perseguido porque quiso mantenerse fiel en la fe y en las obras a la doctrina constante de la Iglesia, sin tener miedo a nadie. Los “lefebvristas” no son otra cosa que católicos fieles al dogma, a lo que la Iglesia ha enseñado casi durante veinte siglos hasta el Concilio Vaticano II excluido. No son tradicionalistas sino fieles a la Tradición, porque la Tradición en el Catolicismo, es justamente la fidelidad al dogma consagrado por el Magisterio de la Iglesia.
UN RITO LITÚRGICO CORROMPIDO
El que quiera ser fiel al dogma, en obediencia al principio de salvación enunciado por nuestro Señor Resucitado: “Se fiel hasta la muerte y Yo te daré la corona de la vida” (Apoc. 2, 10), no puede aceptar las novedades destructoras surgidas de Vaticano II y debe, al contrario, dudar de la validez de éste último.
Cimientos ambiguos sobre los cuales pesa una fuerte sospecha de invalidez porque han sido ordenados con una intención ilegítima (el “agiornamiento” = la puesta al día o la modernización, y la apertura al mundo), intención que no ha sido jamás la de la Santa Iglesia; porque esa asamblea se auto-declaró solamente pastoral (y no también dogmática, lo que, al contrario, la hace obligatoria) y por consiguiente titular de un magisterio bastardo; porque, salpicada de graves ambigüedades y errores en la doctrina, comenzando por la definición “ecuménica” de la Iglesia católica (que se rehusa hacer coincidir con la única Iglesia de Cristo) para terminar con la “colegialidad”, de tipo democrático o semi-conciliar y en la libertad de conciencia de tipo liberal-jacobino, es en el “espíritu” de este último Concilio que fue a continuación concebido y realizado el Novus Ordo Missæ, la “Misa de Pablo VI”, pensada sobre el papel para ser teológicamente aceptada por los protestantes herejes, y tan cierto es, que seis de ellos participaron de hecho en su elaboración. Se trata de un rito teológicamente incierto, necesariamente ambiguo, ya que no debía desagradar a los herejes.
EL PUEBLO "CELEBRANTE"
No obstante las correcciones aportadas a la primera edición escandalosa de 1969, luego de las críticas indignadas y documentadas de teólogos y especialistas, confirmadas por los Cardenales Bacci y Ottaviani, se nota igualmente en el texto definitivo de 1970, la presencia de conceptos protestantes (y por lo tanto heréticos). Ante todo, la tendencia a equiparar el sacerdocio de los eclesiásticos y el de los fieles, introduciendo a estos últimos en la celebración del Santo Sacrificio de tal forma que, de hecho, se procede a realizar esta “concelebración” del sacerdote y del “pueblo” condenada en su tiempo muy claramente por Pío XII en la Encíclica Mediator Dei. En consecuencia, el ministro de la Eucaristía no es más exclusivamente el sacerdote (como ha sido enseñado y definido por el Magisterio a lo largo de los siglos); el ministro, al contrario, pasa a ser todo el “Pueblo de Dios”, el cual “hace subir a Dios las plegarias de toda la familia humana”, como si ejerciera una especie de mediación sacerdotal respecto de la humanidad toda entera (por lo tanto, inclusive los no católicos, incrédulos, ateos).
Es así pues, que la Santa Misa, plegaria “sacerdotal” del “pueblo de Dios”, adquiere una significado ecuménico en el sentido del Vaticano II que es heterodoxa: el “Pueblo de Dios” tiende a identificarse con la humanidad, realizando así la unidad del género humano, ya que la Santa Misa pasaría a ser ¡un momento culminante!
En ese rito se tiene, por consiguiente, una depreciación del ministerio del sacerdote y una concepción errónea del sacerdocio común de los fieles, porque el sacrificio expiatorio celebrado por el oficiante es concebido como celebrado por el pueblo, “único que (...) goza de un verdadero poder sacerdotal, mientras que el clérigo obra únicamente por delegación que le es otorgada por la comunidad”, según la tesis herética condenada por Pío XII en “Mediator Dei”. El texto en el que esto aparece más claramente es el famoso art. 7 de la Institutio del Novus Ordo 1970, en el cual se ha osado escribir: “In Missa seu Cena dominica populus Dei in unum convocatur, sacerdote præside personamque Christi gerente, ad memoriale Domini seu sacrificium eucharisticum celebrandum”, es decir, “En la Misa o Cena del Señor, el pueblo de Dios está reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, que actúa en el lugar de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico”.
Entonces: 1) el oficiante, representando la persona de Cristo, es sólo presidente de la Asamblea, como si fuera un ministro protestante, ya que 2) es la Asamblea la reunida para “celebrar” el memorial del Señor (contra toda la Tradición de la Iglesia). Por otra parte: 3) el memorial del Señor es llamado “sacrificio eucarístico”, pero no “propiciatorio” (lo que habría desagradado a los protestantes). En consecuencia no se está completamente seguro de que el texto pretende expresar la idea de “sacrificio expiatorio”, como ésta es demandada de manera perentoria por el dogma de la fe.
UNA "PRESENCIA REAL" AMBIGUA
Y esto no termina, pues el resto del párrafo hubiera debido recordar el dogma de la transubstanciación, que – al contrario – no es mencionado jamás (los protestantes lo niegan), y es substituido por una ambigua “presencia real”. El texto continúa, de hecho, como sigue: “es para esta asamblea local de la Santa Iglesia que es eminentemente válida la promesa de Cristo: «donde dos o tres están reunidos en Mi Nombre, Yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18,20). De hecho en la celebración de la Misa, durante la cual se perpetúa el sacrificio de la Cruz (n.b. “se perpetúa”; ¿pero se renueva también? N. de T.), Cristo está realmente presente en la asamblea misma, reunida en su nombre, en la persona del ministro, en sus palabras y además de manera sustancial y permanente bajo las especies eucarísticas”. Y aquí se ve que la “presencia real” ya no está reservada a la sola presencia que resulta de la transubstanciación, sino ampliada a la “presencia” no sacramental de Cristo en la “asamblea”, en la “persona del ministro”, en “sus palabras”, y que la presencia misma “de manera substancial y permanente” bajo las especies eucarísticas depende, si nos atenemos al texto, no de la transubstanciación (de la que no se habla), sino del hecho de que la asamblea se reúne “en el nombre” de Cristo.Todo esto, ¿no recuerda la consubstanciación de los herejes luteranos que niegan, como sabemos, que la Santa Misa renueva realmente el sacrificio expiatorio de N. Señor en el Calvario? La ausencia de referencia a la transubstanciación permite entonces comprender por qué han sido sacados todos los signos tradicionales de la fe en la presencia real de Cristo en la hostia consagrada: desde el dorado interior de los vasos sagrados hasta la recepción de rodillas de la Santa comunión, etc...
UN NUEVO TIPO DE "FE"
En las invocaciones y plegarias de la Santa Misa, la Santísima Trinidad ha desaparecido (los protestantes liberales no la quieren; los judíos y musulmanes la detestan), a excepción obligada del Credo; la Santísima Trinidad es reemplazada por un anónimo ¡“Dios del Universo” que puede ser el Dios de cualquier religión inclusive “laica”! La inserción, en la llamada “liturgia de la Palabra”, de un pasaje del Antiguo Testamento al lado de las Epístolas y el Evangelio, aparece como una disposición antojadiza. Se sabe, en efecto, que casi nunca el oficiante logra dominar en su homilía una materia tan vasta, y que, por lo demás, ésta es saltada a pie juntillas, teniendo relativo a la justicia o a la política. Este tipo de homilía, en adelante bien establecido, hace figura de estereotipo al punto de hacer envidiar a los católicos la plegaria del viernes de los musulmanes (para los cuales la religión y la política son la misma cosa).
Como lo ha subrayado en numerosas ocasiones Monseñor Lefebvre, el nuevo rito es una “corrupción de la verdadera Santa Misa católica. ¿Cómo un rito de este tipo que, precisamente a causa de su carácter contaminado y “corrompido” no desagrada a los protestantes herejes ni a los no cristianos, podría pues, convenir más a los católicos? ¿A cuáles católicos podría gustar? Una Misa que prácticamente es también a menudo inválida y engaña a los fieles porque muchos de los sacerdotes que la dicen profesan en lo sucesivo la fe que les ha sido enseñada en los seminarios actuales o que han absorbido en su ambiente podrido de liberalismo y modernismo; una fe que no es más con certeza la fe católica, sino un nuevo tipo de fe, ecuménico, que conservando vestigios de la fe católica, es en realidad una fe sincretista y veteada de herejía. Fe que se reduce a los cultos de la humanidad y del diálogo con el error, cultos que dejan de lado el debido a la Santísima Trinidad cuando no lo han resueltamente reemplazado.
Un rito litúrgico corrompido hace correr graves peligros a las almas de aquellos que lo frecuentan, y por consiguiente, esta “misa” ha sido ciertamente uno de los frutos más amargos del Vaticano II. Pero toda la Catolicidad oficial, que sobrevive bajo el signo de la ambigüedad y de repetidas infidelidades (aún si no son unánimes) muestra los signos de un cuerpo gravemente enfermo y en todas partes las sociedades y naciones, no hace mucho cristianas, afligidas por una fuerte desnaturalización, por un espíritu rebelde, por todos los vicios y corrupciones, seducidas por las falsas religiones y las sectas más diversas, son desde ahora, invadidas sin tregua por los musulmanes. (Continuará)
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