OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

miércoles, 16 de febrero de 2011

LA MISA DEL PADRE PÍO

Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita
en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia,
para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar
sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús,
crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te
acompañará y será tu dulce inspiración.


Llegó a hacerse famosa, hasta el punto de caracterizarle, esta expresión: la misa del Padre Pío. Es como decir: su misa decía todo lo que él era. La misa era verdaderamente señal sensible y tangible de su espiritualidad y de su misión.

Recogemos el testimonio de un sacerdote acerca de la misa del Padre Pío, testimonio que resume el de tantos otros. “Soy un sacerdote y hace años fui donde el Padre Pío para acompañar a un enfermo que buscaba su curación. Yo iba contento por la ocasión que se me presentaba para “estudiar” el misterio del fraile… Me apresuro a decir que no pude verificar nada que merezca la pena. El enfermo al que acompañé no sanó, y yo no sentí perfumes ni vi visiones. Aún más: cuando me confesé, el Padre Pío no me descubrió ningún misterio de mi alma. Para mí fue sólo un buen confesor, como tantos otros… Con todo algo he visto. Durante muchos días seguí la misa del Padre Pío y esto me bastó. Oía la misa desde la tribuna, a su lado del altar, y no me perdía ni un gesto ni una frase. Yo había celebrado ya miles de misas, pero en aquellos momentos me consideraba un pobre sacerdote, como cunado me confieso. Porque el Padre Pío hablaba verdaderamente con Dios en cada instante de la misa. Diría que luchaba con Dios, como Abraham. Y Dios estaba presente en su misa. No sólo con la presencia eucarística; no como en las misas mías. De este modo encontré en San Giovanni Rotondo un sacerdote que amaba a Dios; le amaba intensamente en el sufrimiento y en la plegaria, hasta el deliquio: un verdadero santo. Yo no sé si el Padre Pío ha hecho milagros; lo que sé es que un hombre así los puede hacer por cientos”.

Aún siendo esencialmente la misma, la que celebra el Padre Pío se diferencia sensiblemente de la que celebran otros sacerdotes. El rostro se le pone encarnado, pálido, transfigurado, y en ocasiones llora. La intensidad del fervor. Las contracciones dolorosas de su cuerpo. Su comportamiento seráfico. Ciertos sollozos silenciosos. La duración de la celebración, que llega hasta las dos horas: todo proclama que vive intensamente la Pasión de Cristo, con el que se inmola para la salvación del mundo.

En torno a su altar (al lado derecho, de la antigua iglesia de Santa María de las Gracias, dedicado a San Francisco de Asís) se apretuja la gente. Influye y no poco la curiosidad, que le desvela desde muy temprano. El hecho es que se encuentra de rodillas en torno al altar, para oír la misa. Junto al fraile que celebra, transfigurado por el amor y el dolor, la gente cree y reza. Muchos, durante aquella misa, comprenden que han caminado por sendas equivocadas y vuelven a Dios.

Si la misa del Padre Pío lo es todo para la gente, lo es todo también para el celebrante. En su vida, mientras la celebra, vive su misión. Por eso aseguró un sacerdote que le vio celebrar: “Desde que asistí a la misa del Padre Pío, no volveré a despachar a la ligera mi misa”.

Otro testigo, el doctor Festa, escribe: “Es éste uno de los momentos más destacados de la vida claustral del buen frailecillo… El recogimiento austero y el fervor que se transparentan en su mirada y en su rostro mientras se desarrolla el rito místico, la perfecta abstracción de su espíritu en el momento solemne de la consagración, el modo como pronuncia las oraciones sagradas y ofrece al Eterno el sublime holocausto, ejercen una acción sugestiva tan poderosa, una fascinación tan profunda en el ánimo de los asistentes, que más de una vez he visto rodar por la mejillas de los menos creyentes y de los más desconfiados las perlas redentoras de la emoción, del arrepentimiento y del amor. Por eso no es de extrañar si, a pesar de los dos kilómetros que separan San Giovanni Rotondo del convento, a pesar de los guijarros, el barro y la nieve que dificultan la ida: hombres y mujeres, ciudadanos de todas las clases sociales, extranjeros, personas cultas, con frecuencia acatólicos, marchan contentos a la iglesiuca, movidos por un atractivo suave y misterioso”.

El sacerdote salesiano don Luis Ripoli confesó: “Lo que más profundamente impresionó mi espíritu fue el modo como celebraba la Santa Misa. También yo, desde hace muchos años, ofrezco diariamente a Dios el Divino Sacrificio; pero he de confesar que mi corazón y mi mente nunca habían penetrado en su maravillosa grandeza, como cuando vi celebrar al Padre Pío. Y, mientras él celebraba y yo estaba arrodillado al pie del altar… las fibras más íntimas de mi ser vibraron con sentimientos de emoción y de dulzura, como no los había experimentado nunca”.

Nino Salvaneschi nos ha dejado esta página sobre la misa del Padre Pío: “Nunca un hombre de Cristo pudo haber celebrado con mayor sencillez, a ejemplo de Cristo cuando rezaba en Galilea. Palidísimo, los ojos medio cerrados como el que está viendo una luz de mesiado intensa, el Padre Pío dice la misa como si llegase de una humanidad superior a la nuestra, celebrando en aquel altar sencillo y casi tosco, a través de una atmósfera de otra vida. Y a su derredor. La gente de San Giovanni Rotondo llena de iglesia con un rumor como de mar agitado por el ábrego…

Y la gente se arracima a oleadas casi hasta debajo del altar, hasta las grandas, en las que muchas veces se han arrodillado para ayudar a misa varios obispos… Y la multitud rodea el altar de la mística misa, como un inmenso rosal de sufrimientos humanos… Y ésta era la misa que el Padre Pío decía al pueblo de aquella campiña quemada por el sol de la Pulla, batida por el viento del Adriático; la que decía también a los que llegaban de lejos, de las ciudades de Europa y de América… No cabe duda. Este hombre, cuando dice la misa, está verdaderamente con Dios”.

Alberto del Fante, que asistió a la misa del Padre Pío, nos ha dejado sus impresiones: “No are el sacerdote corriente que dice la misa; era un alma apenada, que llevaba a cabo la renovación de la Pasión de Cristo… Nadie respiraba, no se oían ni las pisadas, ni el ruido al mover las sillas. Todos tenían al alma en vilo… Hay que haberlo visto para poder tener una idea exacta. No es posible describirlo exactamente”.

La “civiltà cattólica” escribía acerca de “la famosa misa del Padre Pío. No la olvida quien una vez la ha visto: tan viva era la impresión de ver cómo se anulaba toda distancia de tiempo y de espacio entre el altar y el Calvario. La Hostia Divina, levantada por aquellas manos, volvía sensible ante la mirada de los fieles la unión mística del sacerdote celebrante y el Sacerdote Eterno. A su vista hasta los que habían acudido por curiosidad quedaban profundamente afectados”.

La misa del Padre Pío le hacía tomar parte en el drama del Calvario. Significaba para él revivir diariamente aquel dolor que le había traspasado el alma y el cuerpo la mañana del 20 de septiembre de 1918. La Santa Misa era su diaria estimagtización.

Del libro "El Padre Pío de Pietrelcina, un crucificado sin Cruz" de Fernando da Riese Pío X. Año 1974

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