Pronto, muy pronto, la Hermandad de San Pío X y su Seminario de Ecône empezaron a tener ecos internacionales, no sólo por la procedencia de sus seminaristas sino, y de forma muy especial, por la resonancia de su posición en defensa de la Tradición frente a la corriente demoledora de la Iglesia llamada del Vaticano II. Bajo el pontificado de Pablo VI, Monseñor Lefebvre es suspendido a divinis y en todo el orbe católico se habla y se comenta del rebelde prelado francés. No importa que en 1972 el dubitativo y tembloroso Pablo VI se lamentara, con voz extrañamente dolorida, que el humo de Satanás había penetrado en le Iglesia. Sin embargo cuando un obispo, de probada fidelidad y amor a la Iglesia, empieza un combate para ahuyentar el humo satánico, desde Roma, la tan amada Roma de Monseñor, llega la pena canónica y el ataque más ignominioso. La famosa misa de Lille indica bien el grado de tensión, tensión dramática, a la que se había llegado. El episcopado francés hace todo lo que está a su alcance para no facilitar a Monseñor Lefebvre la posibilidad de llevar a cabo su obra apostólica. Las vocaciones sacerdotales y religiosas, la vida parroquial, la fe de los católicos en general sufre un gran derrumbe en toda Francia pero a pesar de todo el gran peligro que hay que evitar es la voz y la obra de Monseñor Lefebvre que lo único que quiere seguir haciendo en la Iglesia es transmitir lo que él a su vez ha recibido. Lo que ha recibido en sus hogar de padres católicos y consecuentes con su fe, lo que ha recibido a los largo de su formación sacerdotal y de forma especial en el Seminario francés de Roma, lo que ha recibido a lo largo de sus horas de oración y meditación ante el Sagrario y cuando celebra en el altar el Santo Sacrificio. La Hermandad Sacerdotal de San Pío X es sencillamente eso, transmitir lo que a lo largo de la historia de la Iglesia se ha recibido.
Lo años siguen y el advenimiento de Juan Pablo II al trono de San Pedro no contribuye a mejorar la situación en la Iglesia. Podemos decir que la relación entre la Hermandad y la Santa Sede se vuelve cada vez más tensa. Uno de los momentos en que se pone de manifiesto la inflexibilidad de Monseñor Lefebvre para defender la integridad de la fe es el acto ecuménico de Asís. En 1986 Juan Pablo II convoca en la ciudad del Poverello a los principales dirigentes de las religiones mundiales para orar por la paz. La voz de nuestro amado fundador no se hace esperar y en una carta dirigida al Papa, en unión con Monseñor de Castro Mayer, hace saber al Sumo Pontífice que tal acto es incompatible con la fe católica, conculca de forma radical la enseñado por Pontífices anteriores y es un pecado gravísimo contra el primer Mandamiento. El acto de Asís tiene lugar según lo previsto mas Monseñor Lefebvre no ha callado como perro mudo. ¡Desolación y abominación en el lugar santo!
Los años también pesan sobre el fundador de la Hermandad y ante la situación alarmante de la Iglesia Católica, Monseñor Lefebvre quiere que su obra no acabe cuando él muera, no por un humano deseo de ver prolongado en el tiempo lo que años atrás comenzó sino porque la defensa del Santo Sacrificio de la Misa, el sacerdocio católico, la verdadera enseñanza católica, tiene que seguir y no ceder ante los estragos ocasionados por el Concilio Vaticano II, estragos cuya raíz está en los mismo textos del Concilio. Muerto Monseñor Lefebvre tiene que haber algún obispo dispuesto a continuar la obra de la Tradición. Roma no está por la labor. Y la difícil solución, la difícil respuesta va a llegar pronto.
En 1988, Monseñor Lefebvre, junto con Monseñor de Castro Mayer como obispo coconsagrante, el 30 de junio, procede a la consagración de cuatro nuevos obispos para continuar la obra que no puede acabar porque es la defensa de la Tradición, la defensa de la Iglesia de Nuestro Señor, la defensa de las almas y de su salvación. Monseñor Bernar Fellay, Monseñor Bernar Tissier de Mallarais, Monseñor Alfonso de Galarreta y Monseñor Richard Williamson reciben la consagración episcopal ese día ante el estupor y también, digámoslo sin cortapisas, ante la rabia incontenida de los enemigos de la Iglesia, de dentro y fuera de la Iglesia. Gracias a ese acto la obra de la Tradición continúa y sin esta obra de Monseñor Lefebvre nada de lo que tenemos hoy, frente a la acción devastadora de la Revolución, podríamos contar con ello.
Monseñor Lefebvre fallece el 25 de marzo de 1991 en la ciudad suiza de Martigny. Su sepelio fue rodeado del cariño y del amor de todos aquellos que se sentían deudores de él y que elevaban su acción de gracias por haber concedido Dios a su Iglesia don tan preciado. Veinte años han transcurrido desde aquel 25 de marzo y la historia de la Hermandad se ha visto, como en los años anteriores, repleta de acontecimientos y sucesos de diverso color y matiz. La Iglesia continúa por una pendiente que hasta la hora actual sigue con velocidad vertiginosa y humanamente la solución a tal desdicha no se llega a ver en el horizonte. El triunfo si duda alguna es de Nuestro Señor. Él mismo nos dijo pocas horas antes de morir: “confiad, Yo he venido al mundo”. Esta confianza sin límites ante Aquel que el Camino, la Verdad y la Vida es nuestra fortaleza y nuestra paz. Estos cuarenta años de la Hermandad es una prueba irrefutable por parte de Dios de su amor providencial y paternal sobre todos nosotros, sobre los hijos que quieren permanecer fieles y sumisos a la Santa Iglesia. El próximo mes de mayo y el próximo mes de octubre se van a producir acontecimientos en la Iglesia que nos llenan ya más que de asombro de perplejidad y santa indignación. Pero no por eso nuestra lucha “in nómine Dómini” va a cesar. Según dijo el Apóstol: “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Nuestra fuerza y nuestro alcázar es el Señor. Él es nuestro escudo y nuestra defensa. Cuarenta años desde entonces. Cuarenta años de combate y de gozo profundo y desbordante.
Revista "Tradición Católica" Octubre-diciembre 2010. Número 229
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