OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

miércoles, 27 de abril de 2011

SOBRE LA LIBERTAD RELIGIOSA




Para condenar los actos de hostilidad contra la fe católica suele aducirse ingenuamente que constituyen «atentados contra la libertad religiosa»; cuando en realidad son la consecuencia natural de la «libertad religiosa», tal como se configura en las declaraciones de derechos humanos. La propia Iglesia adoptó el lenguaje propio de tales declaraciones cuando consagró que la libertad religiosa es «inherente a la dignidad de la persona»; expresión barullera que nace de la confusión entre libre albedrío y libertad de acción. La «dignidad inherente a la persona» radica en su libre albedrío; pero en modo alguno en su libertad de acción, salvo que tal libertad la conduzca a adherirse a la verdad y al bien. La «libertad religiosa» es libertad de acción que puede conducir a la persona a adherirse a cualquier secta destructiva o idolillo grotesco; esto es, empujarla a la indignidad más sórdida e infrahumana. Como afirmaba León XIII en su encíclica Inmortale Dei: «La libertad, como facultad que perfecciona al hombre, debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien. Ahora bien: la esencia de la verdad y del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es siempre la misma y no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas. Si la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni la inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario, abdican de su dignidad natural y quedan corrompidas. Por consiguiente, no es lícito publicar y exponer a la vista de los hombres lo que es contrario a la virtud y a la verdad, y es mucho menos lícito favorecer y amparar esas publicaciones y exposiciones con la tutela de las leyes».

La «libertad religiosa» consagra exactamente lo contrario: esto es, concede la tutela de las leyes a todo tipo de creencias, sean buenas, malas o mediopensionistas, de tal modo que todas valgan lo mismo; o sea, nada. Y allá donde todas las religiones toleradas valen nada, es natural que el orden temporal quiera erigirse a sí mismo en religión única, usurpando los atributos divinos y exigiendo adoración. Esto es lo que se oculta bajo la afirmación de «libertad religiosa» contenida en las declaraciones de derechos humanos: puesto que todas las religiones valen un ardite, la única religión valiosa es la que se postula en tales declaraciones; y toda religión que ose contrariar su designio se convertirá ipso facto en una religión contraria a la «dignidad humana». Esto es lo que está sucediendo hoy con la religión católica.

Las declaraciones de derechos humanos nacieron emboscadas detrás de una vaga ética cristiana que las hacía aparentemente compatibles con la doctrina de la Iglesia. Pero aquella «compatibilidad» era una añagaza; desde que tales declaraciones fueran formuladas hasta hoy, los derechos humanos han sido mil veces redefinidos y reinterpretados, como inevitablemente ocurre cuando se afirma que la verdad y el bien pueden cambiar a capricho. Frente a esta visión de los derechos humanos como inatacable religión de conveniencia en constante metamorfosis se alza la vieja religión católica, o sus escombros; y la «libertad religiosa» se revuelve contra ella, por considerarla —¡con razón!— un obstáculo en su hegemonía. Los actos de denigración y hostilidad contra la fe católica no harán sino crecer en el futuro, en volandas de la «libertad religiosa», como ocurre siempre que la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, como ocurre siempre que la voluntad elige el mal y se abraza a él.


Juan Manuel de Prada, 17 de Abril del 2011, Informe21.com.

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