Dulcis et rectus Dóminus, propter hoc legem dabit delinquéntibus in via
Jesús, esperanza mía y único amor de mi alma, no merezco vuestros consuelos ni vuestras ternuras; reservadlas para las almas puras e inocentes que siempre os amaron. Yo, pecador, no os las pido porque no las merezco; sólo os pido me permitáis os ame, que cumpla toda mi vida vuestra voluntad y después disponed de mí como os plazca.
¡Desventurado de mí, que merecí otras tinieblas, otros temores, otros abandonos, por las injurias que os hice! Merecía el infierno, donde, separado siempre de Vos y de Vos abandonado, debía llorar con llanto eterno sin poder jamás amaros. Mas no, Jesús mío; abrazo cualquier pena menos ésta; Vos merecéis infinito amor y demasiado me habéis obligado a amaros. Ahora no sabría vivir sin amaros.
Os amo, Sumo Bien mío; os amo con todo mi corazón, os amo más que a mí mismo, os amo y no quiero más que amaros. Veo que esta mi voluntad es dádiva de vuestra gracia; pero acabad, Señor mío, la obra; asistidme siempre hasta la muerte; no me dejéis de vuestra manos; dadme fuerza para vencer las tentaciones y vencerme a mí mismo, para lo que os pido la gracia de encomendarme siempre a Vos.
Quiero ser todo vuestro; os consagro mi cuerpo, mi alma, mi voluntad, mi libertad; no quiero vivir para mí, sino sólo para Vos, Criador mío, Redentor mío, mi amor y mi todo. Quiero santificarme y de Vos lo espero. Afligidme como queráis, privadme de todo, con tal de que no me privéis de vuestra gracia ni de vuestro amor.
¡Oh María, Esperanza de los pecadores!, mucho confío en vuestra intercesión, pues sois tan poderosa con Dios. Os ruego, por el amor que tenéis a Jesucristo, que me ayudéis a santificarme.
¡Desventurado de mí, que merecí otras tinieblas, otros temores, otros abandonos, por las injurias que os hice! Merecía el infierno, donde, separado siempre de Vos y de Vos abandonado, debía llorar con llanto eterno sin poder jamás amaros. Mas no, Jesús mío; abrazo cualquier pena menos ésta; Vos merecéis infinito amor y demasiado me habéis obligado a amaros. Ahora no sabría vivir sin amaros.
Os amo, Sumo Bien mío; os amo con todo mi corazón, os amo más que a mí mismo, os amo y no quiero más que amaros. Veo que esta mi voluntad es dádiva de vuestra gracia; pero acabad, Señor mío, la obra; asistidme siempre hasta la muerte; no me dejéis de vuestra manos; dadme fuerza para vencer las tentaciones y vencerme a mí mismo, para lo que os pido la gracia de encomendarme siempre a Vos.
Quiero ser todo vuestro; os consagro mi cuerpo, mi alma, mi voluntad, mi libertad; no quiero vivir para mí, sino sólo para Vos, Criador mío, Redentor mío, mi amor y mi todo. Quiero santificarme y de Vos lo espero. Afligidme como queráis, privadme de todo, con tal de que no me privéis de vuestra gracia ni de vuestro amor.
¡Oh María, Esperanza de los pecadores!, mucho confío en vuestra intercesión, pues sois tan poderosa con Dios. Os ruego, por el amor que tenéis a Jesucristo, que me ayudéis a santificarme.
Del libro “Prácticas de amor a Jesucristo” de San Alfonso María de Ligorio
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