Juan Manuel de Prada |
«¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!», ha
confesado el Papa Francisco. El desiderátum papal nos invita a reflexionar
sobre la vigencia de la doctrina social de la Iglesia , un corpus de
enseñanzas que suelen ser consideradas a beneficio de inventario, incluso por
los propios católicos. Para justificar esta preterición, se suele aducir que la
doctrina social de la Iglesia
no propone soluciones «técnicas» para combatir la injusticia social; excusa con
la que en realidad se pretende negar su competencia para definir los principios
sobre los que debe asentarse un orden político, social y económico justo. La
misión de la Iglesia
es, desde luego, la salvación de las almas; pero la salvación de las almas
exige que los hombres vivan cristianamente, lo cual se torna cada vez más
difícil cuando las instituciones políticas y las estructuras económicas no se
guían por un fin de justicia social. Si repasamos los dos últimos siglos de la
historia descubriremos que cuando la
Iglesia más cerca estuvo de los pobres fue bajo el mandato de
papas que nuestra época juzga «reaccionarios». En efecto, fue en tiempos de San
Pío X, León XIII o Pío XI cuando desde el seno de la Iglesia se promovieron
iniciativas sociales más eficaces, cuando el servicio a los pobres fue más
fecundo e irradiador: fundación de congregaciones religiosas dedicadas al
auxilio, formación y atención espiritual de las clases populares, creación de
asociaciones obreras, montepíos y un largo rosario de instituciones que
combatían con denuedo los fundamentos y la praxis de un orden social injusto. Y
los Papas que impulsaron tales iniciativas fueron campeones de la ortodoxia,
atentos siempre a la salvación de las almas. Es precisamente cuando se difumina
esta misión primordial cuando la
Iglesia corre el riesgo de desnaturalizarse, convirtiéndose
en una «ONG piadosa».
Trasla Segunda Guerra
Mundial, la doctrina social de la
Iglesia no hizo sino decaer. La expansión del comunismo, por
un lado, y la consolidación —bajo disfraz democrático— del «imperialismo
internacional del dinero», por otro, condenaron la misión de la Iglesia al ostracismo: en
el ámbito comunista, la
Iglesia sobrevivió en la clandestinidad, en medio incluso de
persecuciones martiriales; en el ámbito capitalista, se le ha permitido vivir
en la legalidad, convenientemente castradita y progresivamente irrelevante, con
la condición de que no denuncie proféticamente un orden inicuo (lo que tal vez
sea peor que el martirio de la sangre). Así, inevitablemente, surgieron
iniciativas como la llamada «teología de la liberación», nacidas de un impulso
noble de rebelión ante la injusticia social, pero heridas en su naturaleza, que
trataron de acercar la Iglesia
a los pobres... mientras los pobres se marchaban a las sectas evangélicas, que
era donde les seguían hablando de la salvación de su alma.
El desiderátum papal será inevitablemente interpretado de forma banal. Se dirá que sila Iglesia
desea ser «pobre y para los pobres» deberá empezar por deshacerse de sus
tesoros artísticos para dárselos a los pobres, que es exactamente lo mismo que
reclama Judas en el pasaje evangélico de la Unción de Betania. En nombre de los pobres, la Iglesia ha sido muchas
veces despojada (la historia española, con su rosario de desamortizaciones e
incautaciones de bienes eclesiásticos, es un ejemplo palmario) por aquellos
mismos que, a la vez que se lucraban con estos despojos, deseaban desactivar
las iniciativas sociales católicas. Una auténtica «Iglesia pobre y para los
pobres» es otra cosa muy distinta; aquellos papas tan «reaccionarios» que
impulsaron la doctrina social de la
Iglesia , lo sabían perfectamente.
Tras
El desiderátum papal será inevitablemente interpretado de forma banal. Se dirá que si
No hay comentarios:
Publicar un comentario