"Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para combatir" |
Como el Señor todo lo hacía y sufría para nuestra
enseñanza, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate contra
el diablo, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores
tentaciones, no se turben por ello, como si fuera cosa que no era de esperar.
No, no hay que turbarse, sino permanecer firme y soportarlo generosamente como
la cosa más natural del mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte
ocioso, sino para combatir. Y ésa es la razón por que Dios no impide que nos
acometan las tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres ya más
fuerte. Luego, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías
por la grandeza de los dones recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien
reprimir tu orgullo. Aparte de eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda de
si realmente le has abandonado, por la prueba de las tentaciones puede tener
certidumbre plena de que te has apartado de él definitivamente. Cuarto motivo:
las tentaciones te hacen más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto: ellas
te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Porque,
si no te hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor,
no te hubiera atacado. Por lo menos al principio, si acometió a Adán, fue
porque le vio gozar de tan grande dignidad. Y, si salió a campaña contra Job,
fue porque le vio coronado y proclamado por el Dios mismo del universo.
Entonces, ¿por qué dice más adelante del Señor: orad para que no entréis en
tentación? (Mt. 26, 41). Por la misma razón porque el evangelio no te presenta
simplemente a Jesús camino del desierto, sino conducido allí conforme a la
razón de la economía divina. Con lo que nos da a entender que no debemos
nosotros adelantarnos de la tentación; más si somos a ella arrastrados,
mantenernos firmes valerosamente.
San Juan
Cristóstomo, Sermones sobre San Mateo
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