“Vos autem genus electum, regale sacerdotium, gens sancta, populus acquisitionis: ut virtudes annuntietis eius, qui de tenebris vos vocavit in admirabile lumen suum” (I Pet., II, 9)
“Vosotros sois el linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes, gente santa, pueblo de conquista, para publicar las grandezas de Aquel que os sacó de las tinieblas a su luz admirable”
“Vosotros sois el linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes, gente santa, pueblo de conquista, para publicar las grandezas de Aquel que os sacó de las tinieblas a su luz admirable”
No hay en el mundo potestad que pueda compararse a la que se confiere al sacerdote con el Sacramento del Orden. Le da unos poderes maravillosos, incomprensibles, inefables, divinos, cuales son los de consagrar el Cuerpo y la Sangre preciosísimos de Jesucristo y de perdonar los pecados de los hombres. El sacerdote es una imagen viva de Jesucristo, otro Cristo, unido y configurado de tal manera con Él, que forma un solo y único Sacerdote, que ofrece un solo y mismo Sacrificio de Redención, y obra en virtud de unos mismos poderes que Jesucristo mismo le ha conferido.
Y así como no hay en el mundo dignidad mayor que la del sacerdote, tampoco hay otra alguna que reclame mayor santidad. La Iglesia la exige en sus leyes y los Papas la inculcan con repetida insistencia a cuanto atañe a la formación de sus sacerdotes, usando en sus disposiciones de un rigor que no aplica a ningún otro estado de fieles.
Que el estado sacerdotal es el más excelente y superior en dignidad, por razón de ser el sacerdote ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (I Cor., IV, 1).
Que este estado obliga al sacerdote a la mayor santidad de que sea capaz una criatura humana, pues el mismo Jesucristo se sirve de él para renovar su Sacrificio Redentor, para perdonar los pecados, para repartir el fruto de su Sangre preciosísima pro medio de los Sacramentos, para predicar la Palabra Divina y convertir los hijos de los hombres en hijos de Dios.
Que en el Sacramento de Orden, que le consagra, y en la práctica de su altísimo ministerio, recibe (además del carácter sacerdotal y de los poderes anejos) una gracia y una ayuda especial; y si, con sus obras, corresponde a esta gracia y auxilio, podrá cumplir dignamente y sin temor los deberes de su difícil ministerio, que tanto espantaban a los mismos atletas del sacerdocio cristiano: a un Crisóstomo, un Ambrosio, un Gregorio Magno, un Carlos Borromeo y tantos otros (Papa Pío XI, Encíclica sobre el Sacerdocio Católico, 20 de diciembre de 1935)
Que, por lo tanto, no le es necesario buscar su perfección espiritual no la mayor gloria de Dios, fuera de su propio estado y ministerio
Del libro "La Santidad Sacerdotal"
Y así como no hay en el mundo dignidad mayor que la del sacerdote, tampoco hay otra alguna que reclame mayor santidad. La Iglesia la exige en sus leyes y los Papas la inculcan con repetida insistencia a cuanto atañe a la formación de sus sacerdotes, usando en sus disposiciones de un rigor que no aplica a ningún otro estado de fieles.
Que el estado sacerdotal es el más excelente y superior en dignidad, por razón de ser el sacerdote ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (I Cor., IV, 1).
Que este estado obliga al sacerdote a la mayor santidad de que sea capaz una criatura humana, pues el mismo Jesucristo se sirve de él para renovar su Sacrificio Redentor, para perdonar los pecados, para repartir el fruto de su Sangre preciosísima pro medio de los Sacramentos, para predicar la Palabra Divina y convertir los hijos de los hombres en hijos de Dios.
Que en el Sacramento de Orden, que le consagra, y en la práctica de su altísimo ministerio, recibe (además del carácter sacerdotal y de los poderes anejos) una gracia y una ayuda especial; y si, con sus obras, corresponde a esta gracia y auxilio, podrá cumplir dignamente y sin temor los deberes de su difícil ministerio, que tanto espantaban a los mismos atletas del sacerdocio cristiano: a un Crisóstomo, un Ambrosio, un Gregorio Magno, un Carlos Borromeo y tantos otros (Papa Pío XI, Encíclica sobre el Sacerdocio Católico, 20 de diciembre de 1935)
Que, por lo tanto, no le es necesario buscar su perfección espiritual no la mayor gloria de Dios, fuera de su propio estado y ministerio
Del libro "La Santidad Sacerdotal"
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