San Alfonso María de Ligorio, Doctor Celosísimo, Escritor Inspirado, Martillo de Herejes, Principe de Moralistas, Patrono de Confesores y Maestro de Santidad
Nació en Nápoles el 27 de septiembre de 1696 y murió a la edad de 91 años en 1787.
A los pocos días de nacer, un siervo de Dios, San Francisco de Jerónimo, cogiéndolo en brazos exclamó en tono profético: “Este niño será obispo, vivirá cerca de cien años y hará grandes cosas por Dios”.
Estudió la carrera de jurisprudencia consiguiendo ya a los 16 años el birrete doctoral en ambos derechos, necesitando dispensa especial por su corta edad. Ejerció la abogacía con tanto éxito que en ocho años ganó todos los pleitos. Pero el Señor que lo quería para su servicio permitió su primer fracaso en un pleito defendiendo al Duque de Orsine. Entonces fue cuando Alfonso desengañado de las falacias del mundo tomó la seria resolución de abandonarlo y dedicarse por completo al servicio de Dios.
“A todos nos obliga por igual el precepto del amor, y, precisamente, la verdadera santidad consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Soberano Bien, nuestro Redentor y nuestro Dios”. Así escribía el Santo y a esto encaminó pro completo su vida entera. El celo por la salvación de las almas le movió a fundar la Congregación de Misioneros del Santísimo Redentor. Durante muchos años él fue el primer misionero, recorriendo pueblos y ciudades. Es un apóstol humilde, resuelto, inflamado de amor de Dios y a las almas que prodiga su piedad y su tiempo en el confesionario, en el púlpito, en la catequesis a los niños…
A pesar de su resistencia tuvo que aceptar por obediencia al Papa la dignidad Episcopal. Luchó por la reforma del seminario y del clero, siendo sus pastorales exponentes de su preocupación y su celo por la santidad del sacerdocio y la salvación de las almas.
Su celo por la salvación de las almas que tan caras habían costado al Redentor le hacía no contentarse con que le oyeran cientos o miles de personas. Jesucristo murió por todas y era preciso salvarlas a todas. Pensó en los libros, en grandes ediciones de libros populares que pudieran llevar su voz y el mensaje evangélico a todos los rincones de la tierra, y, decididamente se hace escritor. Escribe cómo hemos de amar a Jesucristo, qué razones tenemos para amar a Jesucristo y cuánto es lo que merece Cristo que le amemos. Entre los muchos libros que escribió se destacan por su popularidad “Las Glorias de María”, “Las Visitas al Santísimo Sacramento”, “La Práctica de Amor a Jesucristo”, “El Amor del Alma”, “Las Reflexiones sobre la Pasión de N. S. Jesucristo”, “La Preparación para la Muerte” y “El Gran Medio de la Oración”.
A los pocos días de nacer, un siervo de Dios, San Francisco de Jerónimo, cogiéndolo en brazos exclamó en tono profético: “Este niño será obispo, vivirá cerca de cien años y hará grandes cosas por Dios”.
Estudió la carrera de jurisprudencia consiguiendo ya a los 16 años el birrete doctoral en ambos derechos, necesitando dispensa especial por su corta edad. Ejerció la abogacía con tanto éxito que en ocho años ganó todos los pleitos. Pero el Señor que lo quería para su servicio permitió su primer fracaso en un pleito defendiendo al Duque de Orsine. Entonces fue cuando Alfonso desengañado de las falacias del mundo tomó la seria resolución de abandonarlo y dedicarse por completo al servicio de Dios.
“A todos nos obliga por igual el precepto del amor, y, precisamente, la verdadera santidad consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Soberano Bien, nuestro Redentor y nuestro Dios”. Así escribía el Santo y a esto encaminó pro completo su vida entera. El celo por la salvación de las almas le movió a fundar la Congregación de Misioneros del Santísimo Redentor. Durante muchos años él fue el primer misionero, recorriendo pueblos y ciudades. Es un apóstol humilde, resuelto, inflamado de amor de Dios y a las almas que prodiga su piedad y su tiempo en el confesionario, en el púlpito, en la catequesis a los niños…
A pesar de su resistencia tuvo que aceptar por obediencia al Papa la dignidad Episcopal. Luchó por la reforma del seminario y del clero, siendo sus pastorales exponentes de su preocupación y su celo por la santidad del sacerdocio y la salvación de las almas.
Su celo por la salvación de las almas que tan caras habían costado al Redentor le hacía no contentarse con que le oyeran cientos o miles de personas. Jesucristo murió por todas y era preciso salvarlas a todas. Pensó en los libros, en grandes ediciones de libros populares que pudieran llevar su voz y el mensaje evangélico a todos los rincones de la tierra, y, decididamente se hace escritor. Escribe cómo hemos de amar a Jesucristo, qué razones tenemos para amar a Jesucristo y cuánto es lo que merece Cristo que le amemos. Entre los muchos libros que escribió se destacan por su popularidad “Las Glorias de María”, “Las Visitas al Santísimo Sacramento”, “La Práctica de Amor a Jesucristo”, “El Amor del Alma”, “Las Reflexiones sobre la Pasión de N. S. Jesucristo”, “La Preparación para la Muerte” y “El Gran Medio de la Oración”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario