Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de
católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los
cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos
serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la
médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los
adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como
restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo
cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la
propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la
categoría de puro y simple hombre.
Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre
los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que,
prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus
doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la
Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha
tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de
la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro
está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño
producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen
a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a
débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más
profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que
circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte
alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen
por corromper. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su
táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al
racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente
sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje
de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con
obstinación y audacia. Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una
vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de
estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con
frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio,
sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda
autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia
mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que
sólo es obra de la tenacidad y del orgullo.
Pascenci, San Pío X
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