Considera tu alma hecha una llaga, manando inmundicias y
podredumbre por todas partes
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El alma que está en gracia de Dios, hija mía, es como un
castillo hermoso y deleitoso, todo de un diamante preciosísimo… un paraíso donde
tiene el Señor sus deleites, y por su rara hermosura nadie le puede comprender…
Habita el Señor en el centro del alma del justo, y por su gran hermosura,
capacidad y dignidad, no hallo yo cosa con qué compararla. Considera pues, hija
mía, qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla
oriental, este árbol de vida, que está plantado en las aguas mismas de la vida
que es Dios, cuando cae en un pecado mortal… ¡Oh dolor! No hay tinieblas más
tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra que no esté mucho más el alma en pecado…
No quieras más saber, hija mía, de que con estarse el mismo Sol que le daba
tanto resplandor y hermosura todavía en el centro del alma, es como si no
estuviese para participar de él con ser tan capaz para gozar de Su Majestad,
como el cristal para resplandecer en el Sol… Ninguna cosa le aprovecha… y de
aquí viene que todas las obras que hiciere estando en pecado mortal son de
ningún fruto para alcanzar la gloria porque no proceden de Dios, de donde toda
virtud es virtud… Por el pecado hace placer el Demonio, que como es las mismas
tinieblas, así la pobre alma queda hecha una misma tiniebla… por el pecado se
planta en una fuente de negrísima agua y de mal olor; y por eso todo lo que
corre de ella es la misma suciedad y desventura… Por el pecado pone el alma,
que es como un cristal o diamante preciosísimo, un paño muy negro, y por esto,
aunque el Sol de Justicia dé en ella, no hace su claridad operación alguna. ¡Oh
almas redimidas por la Sangre de Jesucristo, entendeos, y habed lástima de
vosotras mismas! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuréis quitar esta
pez de este cristal? Mirad que se os acaba la vida, y jamás tornaréis a gozar
de esta luz. ¡Oh, Jesús! ¿Qué es ver un alma apartada de esta vida? ¡Qué
turbados andan los sentidos!... ¡Y las potencias, con qué ceguedad, con qué mal
gobierno!... ¡Jesús Misericordioso, habed piedad de estas almas redimidas con
vuestra sangre!... Convertidlas, salvadlas.
Santa Teresa de Jesús
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