Confesaré, Señor, contra mí mismo mi iniquidad; te confesaré mi flaqueza. Muchas veces es una cosa bien pequeña la que me abate y entristece. Propongo pelear varonilmente; mas en viniendo una pequeña tentación me lleno de angustia. Algunas veces de la cosa más despreciable me viene una grave tentación. Y cuando me creo algún tanto seguro, cuando no lo advierto, me hallo a veces casi vencido y derribado de un ligero soplo.
Mira, pues, Señor, mi bajeza y fragilidad, que te es bien conocida. Compadécete, y sácame del lodo, porque no sea atollado, y quede desamparado del todo. Esto es lo que continuamente me acobarda y confunde delante de Ti; ver que tan deleznable y flaco soy para resistir a las pasiones. Y aunque no me induzcan enteramente al consentimiento, sin embargo me es molesto y pesado el domarlas, y muy tedioso el vivir así siempre en combate. En esto conozco yo mi flaqueza, en que las abominaciones e imaginaciones más fácilmente vienen sobre mí que se van.
Fuente "Imitación de Cristo"
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