OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

miércoles, 2 de enero de 2013

LAS COSAS DEL CONCILIO...

Cardenal Alfredo Ottaviani
El 30 de octubre, al día siguiente de su setenta y dos cumpleaños, el Cardenal Ottaviani se dirigió al Concilio para protestar contra los drásticos cambios que se estaban sugiriendo para la Misa.

“¿Queremos suscitar el asombro, o tal vez el escándalo, en el pueblo cristiano, introduciendo cambios en un rito tan venerable, aprobado durante tantos siglos y ahora tan familiar? No se debe tratar el rito de la Santa Misa como si fuese un vestido adaptado a la moda caprichosa de cada generación”.

Al estar hablando sin papeles a causa de su ceguera parcial, se excedió del tiempo límite de diez minutos que se había solicitado a todos que observasen. El Cardenal Tisserant, decano de los Presidentes del Concilio, enseñó su reloj al Cardenal Alfrink, quien presidía aquella mañana. Cuando el Cardenal Ottaviani alcanzó los quince minutos, el Cardenal Alfrink hizo sonar la campanilla de advertencia. Pero el orador estaba tan enfrascado en su tema que o bien no oyó la campana, o bien la ignoró deliberadamente. Ante una señal del Cardenal Alfrink, un técnico apagó el micrófono. Tras confirmar el hecho golpeándolo suavemente, el Cardenal Ottaviani se desplomó en su asiento, humillado. El más poderoso Cardenal de la Curia Romana había sido silenciado, y los Padres Conciliares aplaudieron con alborozo. 

(Ralph M. Wiltgen, El Rin desemboca en el Tiber)

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