Cardenal Alfredo Ottaviani |
El 30 de octubre, al día siguiente de su setenta y dos
cumpleaños, el Cardenal Ottaviani se dirigió al Concilio para protestar contra
los drásticos cambios que se estaban sugiriendo para la Misa.
“¿Queremos suscitar
el asombro, o tal vez el escándalo, en el pueblo cristiano, introduciendo
cambios en un rito tan venerable, aprobado durante tantos siglos y ahora tan
familiar? No se debe tratar el rito de la Santa Misa como si fuese un vestido
adaptado a la moda caprichosa de cada generación”.
Al estar hablando sin papeles a causa de su ceguera parcial,
se excedió del tiempo límite de diez minutos que se había solicitado a todos
que observasen. El Cardenal Tisserant, decano de los Presidentes del Concilio,
enseñó su reloj al Cardenal Alfrink, quien presidía aquella mañana. Cuando el
Cardenal Ottaviani alcanzó los quince minutos, el Cardenal Alfrink hizo sonar
la campanilla de advertencia. Pero el orador estaba tan enfrascado en su tema
que o bien no oyó la campana, o bien la ignoró deliberadamente. Ante una señal
del Cardenal Alfrink, un técnico apagó el micrófono. Tras confirmar el hecho
golpeándolo suavemente, el Cardenal Ottaviani se desplomó en su asiento,
humillado. El más poderoso Cardenal de la Curia Romana había sido
silenciado, y los Padres Conciliares aplaudieron con alborozo.
(Ralph M.
Wiltgen, El Rin desemboca en el Tiber)
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