"et laboramus operantes manibus nostris" (1 ad Corinthios, 4, 12) |
NAZARETH
Siempre me ha cautivado el divino encanto de las gotas de
sudor que brotaran de la frente de Cristo en Nazareth.
Me lo imagino con San José, en una tarde calurosa de verano,
rematando una labor urgente.
No hay más remedio que apresurarse, pero a San José le duele
la fatiga de Dios. Trata de enviarle a un recado que interrumpa la labor
penosa, pero Jesús, secándose el rostro (tal vez con la manga de su ropa
obrera, que no sabe de etiquetas), responde zumbón:
-Luego iré, padre. ¿No le parece mejor que aproveche estas
horas de sol?
Cuando el trabajo nos resulta penoso, ¡qué grato es sentirse
cerca de Cristo en Nazareth, escuchar su jadeo, oler su divino sudor!
MANERAS DE TRABAJAR
Estaba en plena construcción la catedral de Londres. Los
conteros tallaban febrilmente los sillares que habían de elevarse hasta rematar
la gran fábrica.
Un observador que corría las obras se dirigió a un cantero y
le preguntó:
-¿Qué haces tú aquí?
-¿Yo? Trabajar penosamente de sol a sol en una labor
agotadora.
Nuestro observador siguió adelante, y dirigiéndose a un
segundo obrero, le preguntó también:
-¿Qué haces?
-Trabajar para ganar lo necesario para el sustento de mi
mujer y de mis cuatro hijos.
Prosiguiendo su recorrido, aún interrogó a un tercero. Este,
interrumpiendo su labor y dirigiendo a su interlocutor una mirada franca y
noblemente orgullosa, respondió:
-¿Yo?... Yo construyo la catedral de Londres.
Tres maneras distintas de concebir el trabajo.
Para unos es la tarea odiosa, el yugo que se quisiera
sacudir.
Para otros, un simple medio de ganarse la vida.
Para otros, la tarea llena de sentido, la contribución
gozosa a una obra común, la agradecida colaboración en la Creación. El trabajo no es sólo
un medio de vida, ni siquiera un cauce legítimo a las aficiones y aptitudes a
cada uno. Sin excluir esos fines secundarios, es una tarea que trasciende las
puras miras terrenas y se integra en perspectivas divinas.
PORQUE SE ENTIENDE MAL
… porque se entiende mal el trabajo vemos tantas deformaciones
en la actividad profesional. Hombres de empresa que ante todo buscan el máximo
lucro y no les importa la calidad ni la economía de sus productos. Que
consideran a la “mano de obra” como un simple capítulo odioso de gastos, sin
darse cuenta de que se trata de hombres como ellos, con sus mismos problemas
humanos y con unas facultades que el trabajo debía desarrollar y no embotar.
Obreros empleados y profesionales de todas clases que no
muestran ningún interés en perfeccionarse mientras ello no repercuta
directamente en sus ingresos.
Honorarios excesivos que atribuyen cientos y miles de
pesetas a una hora de trabajo profesional, contribuyendo así a encarecer la
vida y a mantener una irritante desigualdad en la distribución de la riqueza.
Intermediarios que encarecen los productos, sin mejorarlos…
etc., etc., etc. …
SI SE ENTENDIERA BIEN
Si se entendiera bien el trabajo, todo él sería oración. La
oración de todas las horas.
Oración del médico, que, asociado a Dios, autor de la vida,
se esfuerza en prolongar la vida y aliviar los dolores de la Humanidad.
Oración del empresario, del ingeniero y del técnico, que,
arrancando a la tierra los tesoros que Dios depositó en ella, contribuye a
mejorar la vida de sus semejantes y hace subir a Dios el incienso de las
chimeneas, muestra del genio de la criatura, que no es sino un pálido reflejo
de Dios.
Oración del abogado, y del juez, y del que, de una u otra
manera, dedica sus afanes al triunfo de la justicia y la paz en las relaciones
entre los hombres.
Oración del artista, que, secundando a Dios, Suprema
Belleza, inserta en el mundo gérmenes de belleza.
Oración del obrero y del campesino, que, ennoblecen la
materia. Y del comerciante, que pone al alcance del público los bienes que éste
necesita. Y del militar. Y del sacerdote, que se afana a todas horas para
llenarlo todo de la levadura de la caridad. Y del profesor…
Y del estudiante y del aprendiz, que se preparan para ser
útiles el día de mañana. (Continuará…)
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