Al comenzar hoy el tiempo de Cuaresma propiamente dicho,
la Iglesia nos invita a lanzarnos con ardor en la batalla decisiva contra el
pecado, que debe abrirnos el camino para la resurrección pascual. El modelo de
esta lucha es Jesús, que, aunque exento del incentivo de la concupiscencia,
quiso someterse por nuestro bien a las tentaciones del demonio, para “compadecerse
de nuestra flaquezas” (Heb. 4, 15)
Después de cuarenta días de ayuno riguroso, cuando siente
el estímulo del hambre, Jesús es tentado por Satanás a que convierta las
piedras en pan. No es posible abrazar un régimen de penitencia o mortificación
seria sin experimentar las molestias que de él se derivan; pero entonces es el
momento de resistir a las voces insinuantes que nos aconsejan una mayor
condescendencia con las exigencias físicas, respondiendo con Jesús: “No de sólo
pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4,
1-11). La vida del hombre, mucho más que del nutrimento material, depende de la
voluntad de Dios; por eso sólo quien está convencido de esto, tendrán valor
para sujetarse a cualquier privación, porque confía en que la Divina
Providencia le deparará el necesario sustento.
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