¡Oh Jesús! Destruye en mí el pecado, ese pecado que ha
desfigurado tu Rostro, ese pecado que ha desfigurado mi alma, creada a tu
imagen y semejanza. Pero para que se cumpla este destrucción es necesario que
yo participe de tu Calvario, de tu Cruz; dígnate, pues, Señor, unir a tu Pasión
todos los sufrimientos pequeños y grandes de mi vida, para que, purificado a
través de ellos, pueda subir de claridad en claridad hasta la total
transfiguración en Ti.
La luz y la gloria del Tabor me animan; gracias, Señor,
por haberme concedido, aunque sea por breves instantes, el contemplar tu
resplandor, el gozar de tus Divinas Consolaciones; así fortalecido y animado
bajo del monte para seguirte a Ti sólo hasta el Calvario.
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