OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

domingo, 26 de enero de 2014

DOMINICA III POST EPIPHANIAM

¡Oh Divino Salvador!, yo también soy un pobre leproso, acógeme: “Si quieres puedes limpiarme”
El Evangelio de hoy (Mt 8, 1-13), nos presenta dos milagros de Jesús, que constituyen profundas lecciones de humildad de fe y de caridad.

He aquí la fe humilde del leproso: “Señor. Si quieres, puedes limpiarme”. Tan seguro está de que Jesús puede sanarle, que la única condición que espera para ser curado es la determinación de su voluntad. La fe cristiana no se pierde en sutiles razonamientos, su lógica es simplicísima: Dios puede hacer todo lo que quiere; basta, pues, que Él quiera. Y el leproso ni siquiera insiste para que Jesús quiera; quien vive la fe sabe que la voluntad de Dios es la cosa más conveniente para nosotros, aunque nos deje en medio del sufrimiento, y por lo tanto más que insistir prefiere abandonarse a su divino beneplácito.

Viene después el centurión: el soberbio y potente soldado romano no se avergüenza de ir personalmente a interceder ante Jesús, un galileo, a favor de su siervo paralítico; y Jesús, conmovido por ese acto de humildad y caridad, le contesta inmediatamente; “Yo iré y le curaré”. Pero el centurión replica: “Yo no soy digno de que entres en mi techo, di sólo una palabra y mi siervo será sano”; aquí la humildad se hace todavía más profunda y la fe llega al máximo: no hay necesidad de que el Señor se mueva, su poder es tan grande que basta una sola palabra suya pronunciada a distancia para realizar cualquier milagro. El mismo Jesús “se maravilló y dijo a los que le seguían: “En verdad os digo que en nadie de Israel he hallado tanta fe”.  ¿No es ésta quizás una queja del Salvador contra muchos que viven tan cerca de Él, quizá en su  misma casa, recibiendo de Él  continuos beneficios, y cuya fe languidece frecuentemente y se hace estéril? 

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