OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

viernes, 25 de febrero de 2011

CUARENTA AÑOS DESDE ENTONCES

Desde aquel lejano 1 de noviembre de 1970 la Hermandad Sacerdotal de San Pío X ha recorrido un largo camino, un camino con resonancias bíblicas, 40 años. El Concilio Vaticano II había cerrado sus puertas, aunque dejadas sus ventanas ostentosamente abiertas para acoger la gran revolución, en 1965. Monseñor Marcel Lefebvre, el gran apóstol de África, pensaba que para él comenzaba la última etapa de su vida, llena de quietud y sosiego. Pero la Providencia, a través de distintos acontecimientos, tenía dispuestos otros designios. La Iglesia postconciliar llena de sobresaltos, irregularidades, peligrosas audacias y proclamas revolucionarias iniciaba una andadura de cuyas consecuencias seguimos sufriendo las dolorosas consecuencias. El piadoso fundador de Ecône, forzado casi por un grupo de aspirantes al sacerdocio, descontentos y destrozados por el rumbo que tomaban sus centros de formación, comienza lo que bien podríamos llamar la última y gran epopeya de su vida. Y así el 1 de noviembre de 1970 nacía en la Iglesia la Hermandad Sacerdotal de San Pío X en cuyo acto de fundación podía verse claramente la firma y el sello de Monseñor Charrière, diócesis de Friburgo. Sin olvidar el consentimiento de Monseñor Adam, obispo de Sión, para la apertura del Seminario de Ecône.

Pronto, muy pronto, la Hermandad de San Pío X y su Seminario de Ecône empezaron a tener ecos internacionales, no sólo por la procedencia de sus seminaristas sino, y de forma muy especial, por la resonancia de su posición en defensa de la Tradición frente a la corriente demoledora de la Iglesia llamada del Vaticano II. Bajo el pontificado de Pablo VI, Monseñor Lefebvre es suspendido a divinis y en todo el orbe católico se habla y se comenta del rebelde prelado francés. No importa que en 1972 el dubitativo y tembloroso Pablo VI se lamentara, con voz extrañamente dolorida, que el humo de Satanás había penetrado en le Iglesia. Sin embargo cuando un obispo, de probada fidelidad y amor a la Iglesia, empieza un combate para ahuyentar el humo satánico, desde Roma, la tan amada Roma de Monseñor, llega la pena canónica y el ataque más ignominioso. La famosa misa de Lille indica bien el grado de tensión, tensión dramática, a la que se había llegado. El episcopado francés hace todo lo que está a su alcance para no facilitar a Monseñor Lefebvre la posibilidad de llevar a cabo su obra apostólica. Las vocaciones sacerdotales y religiosas, la vida parroquial, la fe de los católicos en general sufre un gran derrumbe en toda Francia pero a pesar de todo el gran peligro que hay que evitar es la voz y la obra de Monseñor Lefebvre que lo único que quiere seguir haciendo en la Iglesia es transmitir lo que él a su vez ha recibido. Lo que ha recibido en sus hogar de padres católicos y consecuentes con su fe, lo que ha recibido a los largo de su formación sacerdotal y de forma especial en el Seminario francés de Roma, lo que ha recibido a lo largo de sus horas de oración y meditación ante el Sagrario y cuando celebra en el altar el Santo Sacrificio. La Hermandad Sacerdotal de San Pío X es sencillamente eso, transmitir lo que a lo largo de la historia de la Iglesia se ha recibido.


Lo años siguen y el advenimiento de Juan Pablo II al trono de San Pedro no contribuye a mejorar la situación en la Iglesia. Podemos decir que la relación entre la Hermandad y la Santa Sede se vuelve cada vez más tensa. Uno de los momentos en que se pone de manifiesto la inflexibilidad de Monseñor Lefebvre para defender la integridad de la fe es el acto ecuménico de Asís. En 1986 Juan Pablo II convoca en la ciudad del Poverello a los principales dirigentes de las religiones mundiales para orar por la paz. La voz de nuestro amado fundador no se hace esperar y en una carta dirigida al Papa, en unión con Monseñor de Castro Mayer, hace saber al Sumo Pontífice que tal acto es incompatible con la fe católica, conculca de forma radical la enseñado por Pontífices anteriores y es un pecado gravísimo contra el primer Mandamiento. El acto de Asís tiene lugar según lo previsto mas Monseñor Lefebvre no ha callado como perro mudo. ¡Desolación y abominación en el lugar santo!

Los años también pesan sobre el fundador de la Hermandad y ante la situación alarmante de la Iglesia Católica, Monseñor Lefebvre quiere que su obra no acabe cuando él muera, no por un humano deseo de ver prolongado en el tiempo lo que años atrás comenzó sino porque la defensa del Santo Sacrificio de la Misa, el sacerdocio católico, la verdadera enseñanza católica, tiene que seguir y no ceder ante los estragos ocasionados por el Concilio Vaticano II, estragos cuya raíz está en los mismo textos del Concilio. Muerto Monseñor Lefebvre tiene que haber algún obispo dispuesto a continuar la obra de la Tradición. Roma no está por la labor. Y la difícil solución, la difícil respuesta va a llegar pronto.

En 1988, Monseñor Lefebvre, junto con Monseñor de Castro Mayer como obispo coconsagrante, el 30 de junio, procede a la consagración de cuatro nuevos obispos para continuar la obra que no puede acabar porque es la defensa de la Tradición, la defensa de la Iglesia de Nuestro Señor, la defensa de las almas y de su salvación. Monseñor Bernar Fellay, Monseñor Bernar Tissier de Mallarais, Monseñor Alfonso de Galarreta y Monseñor Richard Williamson reciben la consagración episcopal ese día ante el estupor y también, digámoslo sin cortapisas, ante la rabia incontenida de los enemigos de la Iglesia, de dentro y fuera de la Iglesia. Gracias a ese acto la obra de la Tradición continúa y sin esta obra de Monseñor Lefebvre nada de lo que tenemos hoy, frente a la acción devastadora de la Revolución, podríamos contar con ello.

Monseñor Lefebvre fallece el 25 de marzo de 1991 en la ciudad suiza de Martigny. Su sepelio fue rodeado del cariño y del amor de todos aquellos que se sentían deudores de él y que elevaban su acción de gracias por haber concedido Dios a su Iglesia don tan preciado. Veinte años han transcurrido desde aquel 25 de marzo y la historia de la Hermandad se ha visto, como en los años anteriores, repleta de acontecimientos y sucesos de diverso color y matiz. La Iglesia continúa por una pendiente que hasta la hora actual sigue con velocidad vertiginosa y humanamente la solución a tal desdicha no se llega a ver en el horizonte. El triunfo si duda alguna es de Nuestro Señor. Él mismo nos dijo pocas horas antes de morir: “confiad, Yo he venido al mundo”. Esta confianza sin límites ante Aquel que el Camino, la Verdad y la Vida es nuestra fortaleza y nuestra paz. Estos cuarenta años de la Hermandad es una prueba irrefutable por parte de Dios de su amor providencial y paternal sobre todos nosotros, sobre los hijos que quieren permanecer fieles y sumisos a la Santa Iglesia. El próximo mes de mayo y el próximo mes de octubre se van a producir acontecimientos en la Iglesia que nos llenan ya más que de asombro de perplejidad y santa indignación. Pero no por eso nuestra lucha “in nómine Dómini” va a cesar. Según dijo el Apóstol: “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Nuestra fuerza y nuestro alcázar es el Señor. Él es nuestro escudo y nuestra defensa. Cuarenta años desde entonces. Cuarenta años de combate y de gozo profundo y desbordante.

Revista "Tradición Católica" Octubre-diciembre 2010. Número 229


miércoles, 23 de febrero de 2011

EL CRISTIANO ANTE LA MUERTE, VII

“Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte” (Rom. 5, 12)

Para comprender mejor la actitud del cristiano hacia la muerte, miremos a la Iglesia y a su doctrina, ya expresada en sus declaraciones solemnes o elaborada por sus doctores y teólogos a lo largo de siglos de meditación fructífera sobre el misterio de la muerte. Pero antes de todo esto, debemos aclarar lo que entendemos por muerte en este contexto. San Ambrosio distinguía tres sentidos diferentes de la palabra “muerte”: la muerte del pecado, que es el estado de un alma privada de la vida de Dios; la muerte mística, por la cual una persona muere al pecado para vivir en Dios; la muerte que trae el fin a nuestro peregrinar terreno, que es el fin de nuestra vida en este mundo, la separación de nuestra alma y de nuestro cuerpo.

Se ha hablado ya bastante sobre los dos primeros sentidos. Sencillamente podemos resumirlos diciendo que la vida y la muerte después de la Resurrección de Cristo no son más que momentos de una secuencia temporal. Vida y muerte son ahora realidades que únicamente tienen sentido en relación con Cristo. Quien viva apartado de Cristo, aunque viva, está muerto: “Porque la que lleva vida de placeres, viviendo, está muerta” (1 Tim. 5, 6). Quien muere en Cristo, aunque esté muerto, vive: “el que cree en Mí aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre” (S. Jn. 11, 25-26). En este contexto, la muerte en el tercer sentido mencionado más arriba, esto es, la muerte como fin de esta vida terrena, únicamente puede significar liberación y rescate. Pero también significa mucho más que esto.

Establecidos al comienzo de este folleto que la muerte es un misterio, un hecho sobrenatural que debe ser aceptado primero, y después examinado a la luz de la Revelación. Si investigamos en el contenido de nuestra creencia sobre la muerte misma, en lo que aceptamos por la fe y conocemos con cuatro grandes hechos: (a) la muerte es una consecuencia del pecado; (b) la muerte es la separación del cuerpo y del alma; (c) la muerte es universal; y (d) la muerte es el fin del peregrinar del hombre sobre la tierra. Examinemos ahora cada uno de estos hechos separadamente, porque cada uno de ellos a su vez, contribuirá en gran manera en la actitud del cristiano ante el hecho de la muerte.

LA MUERTE ES UNA CONSECUENCIA DEL PECADO

La muerte es una consecuencia del pecado. La muerte ante todo es una consecuencia del pecado original. Por el pecado de Adán entró en el mundo la muerte (1 Cor. 15, 21). “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte” (Rom. 5, 12). Pero no debemos deducir precipitadamente de este hecho que, si Adán no hubiera pecado, todavía estaría viviendo en medio de nosotros.

El don del que Adán gozaba antes de la caída, el don que corrientemente llamamos “inmortalidad”, no significa que él hubiera pasado una eternidad sin fin aquí sobre la tierra. Significa que si Adán no hubiera pecado, hubiera cumplido sus días, hubiera logrado la consumación de todo su ser, la realización de toda su persona, y hubiera experimentado lo que el P. Kart Rahner ha llamado “la muerte sin morir”. En otras palabras, no hubiera tenido que experimentar la separación violenta por la que todos tenemos que pasar; hubiera pasado de este mundo sin morir como nosotros, sin experimentar la muerte que es la consecuencia del pecado. Adán no fue creado “mortal” como nosotros.

“Cualquiera que diga que Adán, el primer hombre, fue creado mortal y que en consecuencia, ya pecara o no, hubiera tenido que sufrir una muerte corporal, esto es, hubiera tenido que apartarse de su cuerpo, no como castigo por el pecado sino por necesidad de su naturaleza; sea anatema”.

El Concilio provincial de Cartago, tenido en el 418, es quien nos da esta enseñanza, que ha sido doctrina de la Iglesia a través de los siglos.

Debemos señalar el cuidado tenido por los obispos de Cartago al especificar “muerte corporal”, y su explicación de esta muerte como separación del cuerpo. En otras palabras, Adán no hubiera sufrido la muerte que ahora padecemos nosotros como consecuencia de su pecado. Pero tenemos que añadir aquí, que morimos también como consecuencia de nuestros pecados personales: “porque la paga del pecado es la muerte” (Rom. 6, 23).

Pero ahora surge una cuestión semejante a la presentada por lo escribas de Mesopotamia y los sabios de Israel: ¿Por qué, pues, el justo y el pecador mueren de la misma manera? ¿Por qué un cristiano que está libre de pecado debe morir como un pecador cualquiera? La respuesta tiene que ser ésta: aunque el hombre justo muere como el pecador, sin embargo no muere de la misma manera que éste, a pesar de todas las apariencias en contrario. Pero naturalmente, la muerte está oculta en el misterio para quienes todavía están vivos. Nosotros únicamente podemos estar cerca del lecho del moribundo y ser testigos de un fenómeno biológico. (Continuará…)


Colección "Teología para todos" de Stanley B. Marrow S. J.

domingo, 20 de febrero de 2011

LITERATURA CATÓLICA - MES DE FEBRERO


TRATADO DE LA EDUCACIÓN (P. Jean Viollet)

Los padres nunca deben olvidar que la vocación familiar es una de las más sublimes que la Providencia ha confiado a las frágiles manos de la humanidad. Es anterior a todas las demás, puesto que es en el seno de la familia, en el que nacen y crecen los hijos destinados a la infinita variedad de las vocaciones humanas: tanto las que conciernen las actividades de la ciudad temporal como las que se consagrarán un día al servicio de Dios.

Aunque los padres (salvo excepciones) se sientan animados de un cariño sincero hacia sus hijos, ignoran a menudo los mejores métodos de educación, los que podrán ayudarles a hacer de sus hijos hombres verdaderamente libres y conscientes, deseosos de perfeccionarse cada día más. Si, generalmente, los hijos no suelen valer más que sus padres, hay que imputarlo a los errores y falsas orientaciones en los métodos de formación.


Por eso, hay que preparar a los padres para su misión, haciéndoles reflexionar sobre el valor de los métodos educativos que utilizan. Es lo que se trata de hacer en el transcurso de esta obra.



Pueden hacer su pedido al precio de 5 € a :Casa San José 28607 El Álamo (Madrid)

jueves, 17 de febrero de 2011

ORACIÓN DE OFRECIMIENTO PARA HACERLA ANTES DE LA SANTA MISA

El mejor modo de oir la Santa Misa, es ofrecer juntamente con el sacerdote este Sacrificio

Padre nuestro, os ofrezco el Sacrificio que de sí mismo hizo en la Cruz vuestro amado Hijo Jesús y que ahora renueva sobre el altar; para adoraros y daros el honor que merecéis, confesando en Vos el supremo dominio sobre todas las cosas y la absoluta dependencia de estas respecto de Vos, que sóis nuestro primer principio y último fin.

Para daros gracias por lo innumerables beneficios recibidos.

Para aplacar vuestra Justicia irritada por tantos pecados y daros digna satisfacción por ello. Y para implorar gracia y misericordia para mí, para los afligidos y atribulados, apóstatas, impenitentes y todo el mundo, y para las benditas almas del purgatorio. AMEN

miércoles, 16 de febrero de 2011

LA MISA DEL PADRE PÍO

Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita
en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia,
para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar
sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús,
crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te
acompañará y será tu dulce inspiración.


Llegó a hacerse famosa, hasta el punto de caracterizarle, esta expresión: la misa del Padre Pío. Es como decir: su misa decía todo lo que él era. La misa era verdaderamente señal sensible y tangible de su espiritualidad y de su misión.

Recogemos el testimonio de un sacerdote acerca de la misa del Padre Pío, testimonio que resume el de tantos otros. “Soy un sacerdote y hace años fui donde el Padre Pío para acompañar a un enfermo que buscaba su curación. Yo iba contento por la ocasión que se me presentaba para “estudiar” el misterio del fraile… Me apresuro a decir que no pude verificar nada que merezca la pena. El enfermo al que acompañé no sanó, y yo no sentí perfumes ni vi visiones. Aún más: cuando me confesé, el Padre Pío no me descubrió ningún misterio de mi alma. Para mí fue sólo un buen confesor, como tantos otros… Con todo algo he visto. Durante muchos días seguí la misa del Padre Pío y esto me bastó. Oía la misa desde la tribuna, a su lado del altar, y no me perdía ni un gesto ni una frase. Yo había celebrado ya miles de misas, pero en aquellos momentos me consideraba un pobre sacerdote, como cunado me confieso. Porque el Padre Pío hablaba verdaderamente con Dios en cada instante de la misa. Diría que luchaba con Dios, como Abraham. Y Dios estaba presente en su misa. No sólo con la presencia eucarística; no como en las misas mías. De este modo encontré en San Giovanni Rotondo un sacerdote que amaba a Dios; le amaba intensamente en el sufrimiento y en la plegaria, hasta el deliquio: un verdadero santo. Yo no sé si el Padre Pío ha hecho milagros; lo que sé es que un hombre así los puede hacer por cientos”.

Aún siendo esencialmente la misma, la que celebra el Padre Pío se diferencia sensiblemente de la que celebran otros sacerdotes. El rostro se le pone encarnado, pálido, transfigurado, y en ocasiones llora. La intensidad del fervor. Las contracciones dolorosas de su cuerpo. Su comportamiento seráfico. Ciertos sollozos silenciosos. La duración de la celebración, que llega hasta las dos horas: todo proclama que vive intensamente la Pasión de Cristo, con el que se inmola para la salvación del mundo.

En torno a su altar (al lado derecho, de la antigua iglesia de Santa María de las Gracias, dedicado a San Francisco de Asís) se apretuja la gente. Influye y no poco la curiosidad, que le desvela desde muy temprano. El hecho es que se encuentra de rodillas en torno al altar, para oír la misa. Junto al fraile que celebra, transfigurado por el amor y el dolor, la gente cree y reza. Muchos, durante aquella misa, comprenden que han caminado por sendas equivocadas y vuelven a Dios.

Si la misa del Padre Pío lo es todo para la gente, lo es todo también para el celebrante. En su vida, mientras la celebra, vive su misión. Por eso aseguró un sacerdote que le vio celebrar: “Desde que asistí a la misa del Padre Pío, no volveré a despachar a la ligera mi misa”.

Otro testigo, el doctor Festa, escribe: “Es éste uno de los momentos más destacados de la vida claustral del buen frailecillo… El recogimiento austero y el fervor que se transparentan en su mirada y en su rostro mientras se desarrolla el rito místico, la perfecta abstracción de su espíritu en el momento solemne de la consagración, el modo como pronuncia las oraciones sagradas y ofrece al Eterno el sublime holocausto, ejercen una acción sugestiva tan poderosa, una fascinación tan profunda en el ánimo de los asistentes, que más de una vez he visto rodar por la mejillas de los menos creyentes y de los más desconfiados las perlas redentoras de la emoción, del arrepentimiento y del amor. Por eso no es de extrañar si, a pesar de los dos kilómetros que separan San Giovanni Rotondo del convento, a pesar de los guijarros, el barro y la nieve que dificultan la ida: hombres y mujeres, ciudadanos de todas las clases sociales, extranjeros, personas cultas, con frecuencia acatólicos, marchan contentos a la iglesiuca, movidos por un atractivo suave y misterioso”.

El sacerdote salesiano don Luis Ripoli confesó: “Lo que más profundamente impresionó mi espíritu fue el modo como celebraba la Santa Misa. También yo, desde hace muchos años, ofrezco diariamente a Dios el Divino Sacrificio; pero he de confesar que mi corazón y mi mente nunca habían penetrado en su maravillosa grandeza, como cuando vi celebrar al Padre Pío. Y, mientras él celebraba y yo estaba arrodillado al pie del altar… las fibras más íntimas de mi ser vibraron con sentimientos de emoción y de dulzura, como no los había experimentado nunca”.

Nino Salvaneschi nos ha dejado esta página sobre la misa del Padre Pío: “Nunca un hombre de Cristo pudo haber celebrado con mayor sencillez, a ejemplo de Cristo cuando rezaba en Galilea. Palidísimo, los ojos medio cerrados como el que está viendo una luz de mesiado intensa, el Padre Pío dice la misa como si llegase de una humanidad superior a la nuestra, celebrando en aquel altar sencillo y casi tosco, a través de una atmósfera de otra vida. Y a su derredor. La gente de San Giovanni Rotondo llena de iglesia con un rumor como de mar agitado por el ábrego…

Y la gente se arracima a oleadas casi hasta debajo del altar, hasta las grandas, en las que muchas veces se han arrodillado para ayudar a misa varios obispos… Y la multitud rodea el altar de la mística misa, como un inmenso rosal de sufrimientos humanos… Y ésta era la misa que el Padre Pío decía al pueblo de aquella campiña quemada por el sol de la Pulla, batida por el viento del Adriático; la que decía también a los que llegaban de lejos, de las ciudades de Europa y de América… No cabe duda. Este hombre, cuando dice la misa, está verdaderamente con Dios”.

Alberto del Fante, que asistió a la misa del Padre Pío, nos ha dejado sus impresiones: “No are el sacerdote corriente que dice la misa; era un alma apenada, que llevaba a cabo la renovación de la Pasión de Cristo… Nadie respiraba, no se oían ni las pisadas, ni el ruido al mover las sillas. Todos tenían al alma en vilo… Hay que haberlo visto para poder tener una idea exacta. No es posible describirlo exactamente”.

La “civiltà cattólica” escribía acerca de “la famosa misa del Padre Pío. No la olvida quien una vez la ha visto: tan viva era la impresión de ver cómo se anulaba toda distancia de tiempo y de espacio entre el altar y el Calvario. La Hostia Divina, levantada por aquellas manos, volvía sensible ante la mirada de los fieles la unión mística del sacerdote celebrante y el Sacerdote Eterno. A su vista hasta los que habían acudido por curiosidad quedaban profundamente afectados”.

La misa del Padre Pío le hacía tomar parte en el drama del Calvario. Significaba para él revivir diariamente aquel dolor que le había traspasado el alma y el cuerpo la mañana del 20 de septiembre de 1918. La Santa Misa era su diaria estimagtización.

Del libro "El Padre Pío de Pietrelcina, un crucificado sin Cruz" de Fernando da Riese Pío X. Año 1974

miércoles, 9 de febrero de 2011

SANTA MISA TRIDENTINA EN DAIMIEL (CIUDAD REAL)


El próximo domingo 13 de febrero, VI Post Epiphaniam, se celebrará, D.m, la Santa Misa Tridentina en la localidad de Daimiel en la Iglesia de los Padres Pasionistas (ermita del Cristo de la Luz) a las 18:00 H. La oficiará el R.P. Luis María Canale, de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X.

lunes, 7 de febrero de 2011

CÍRCULO CULTURAL "ANTONIO MOLLE LAZO"

El Círculo Cultural Antonio Molle Lazo, dentro de su programa de formación para el presente curso, ha organizado el siguiente seminario en Madrid:

"El carlismo en la novela"

en el cual intervendrán
D. Juan Manuel Rozas y D. Rafael Botella

Sábado 12 de febrero de 2011, a las 19h
en la Fundación Francisco Elías de Tejada
C/. José Abascal, 38, bajo izquierda
Madrid
(Metro Alonso Cano, Gregorio Marañón, Iglesia)


Con ocasión del 175 aniversario del carlismo, D. Juan Manuel Rozas y D. Rafael Botella, pertenecientes ambos a la carrera jurídica, hicieron una brillante exposición de la repercusión que las gestas carlistas han tenido la novelística moderna, aunque tuvieron que hacerlo con la brevedad que exigían aquella circunstancia. El sábado 12 tendremos oportunidad de oírles glosar con mayor detalle y amplitud el mismo tema. Tema que es mucho más importante de lo que puede parecer, porque la novela, al llegar allí donde no alcanzan los sesudos tratados, es un notable vehículo para la transmisión y pervivencia del carlismo, y porque la amplitud de esta literatura refleja su magnitud histórica y social.

viernes, 4 de febrero de 2011

ADIVINA ADIVINANZA




Sin fijarnos mucho en estas dos imágenes, nos damos cuenta, cuan lejos está la una de la otra. Sin embargo los dos protagonistas son Obispos de Nuestra Santa Madre Iglesia. Uno de ellos desempeñando su dignísima función y el otro en unos menesteres un tanto mundanos. Uno de ellos cuenta con todas las bendiciones de Roma, y el otro es perseguido por cismático y trasnochado. Adivinen cual es el que cuenta con la bendiciones de Roma y el que es perseguido. ¿Difícil?


LA VERDADERA HISTORIA DEL P.S.O.E.

Lo importante de este video, es que se enteren ustedes bien el por qué aplaudían. ¡¡¡INDIGNANTE!!!

miércoles, 2 de febrero de 2011

NUESTROS MÁRTIRES


TEOFILO FERNANDEZ DE LEGARIA GOÑI

Natural de Torralba del Río (Navarra), nació el 5 de julio de 1898. Profesó el 1 de septiembre de 1916 y fue ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1923, en Santander. Por sus excelentes cualidades fue enviado a estudiar en Roma, donde alcanzó el grado de doctor en Sagrada Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana, en julio de 1925. A los 28 años era vice-rector del Colegio en Madrid y dos años después era ya el Superior del mismo, alternando sus múltiples ocupaciones con la dirección espiritual de las Asociaciones de Licenciados y Doctores y la de San Cosme y San Damián. Al mismo tiempo lograba la Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca.

Se distinguió de modo especial en la defensa de los derechos de la Iglesia Católica en los difíciles años de la República española (que comenzó desde el principio persiguiendo a la Iglesia en su legislación en su permisividad hacia los atentados contra todo lo que fuera católico), promoviendo la Hermandad de San Isidoro de Sevilla. En agosto de 1935 fue nombrado Superior y Director del Escolasticado de la Congregación en El Escorial, el Seminario de San José. Durante su breve Superiorato dejó un recuerdo imborrable entre sus alumnos, como se ha mostrado en su proceso de Canonización. Su paso por el escolasticado fue una gracia especial. Su actividad fue increíble; su celo, extraordinario, inculcando en los alumnos una veneración y amor grandes hacia el sacerdocio.

Al producirse en julio el llamado Alzamiento nacional -que otros llamarán revolución- estaba en El Escorial con profesores y jóvenes estudiantes y se planteó la posibildad de huir y esconderse, como estaban haciendo la mayoría de los religiosos. En un primer momento el provincial se opuso a que se abandonase el convento. Convertida la Casa por las autoridades civiles en hospital de sangre, se quedó el P. Teófilo como director del hospital y los profesores y jóvenes como enfermeros. Pero ante el peligro que corrían, llegó el permiso del provincial a los pocos días se llevaron a Madrid, en camiones, a los profesores y estudiantes, donde se refugiaron donde pudieron. Aquí está lo hermoso del testimonio del P. Teófilo: Pudiendo huir y probablemente salvar la vida, no lo hizo, se quedó cuidando la casa con cuatro Hermanos laicos, ya de edad, dirigiendo él el hospital de sangre y dedicando toda su jornada al cuidado de los heridos. Todo esto se pudo hacer con la ayuda del alcalde de El Escorial, que a pesar de ser republicano era un hombre honesto y sensato, ni fue anticlerical ni hizo daño a nadie sino que intentó salvar la vida de los religiosos. Cuentan los testigos presenciales de aquellos días que el trabajo del P. Teófilo era abnegado y su bondad hacía que hasta los pacientes más anticlericales le apreciaran de verdad. También le apreciaban los médicos (de derechas y de izquierdas), que se indignaron grandemente cuando fue arrestado sin motivo alguno, nada más que el de ser religiosos.

A los tres días llegó un miliciano con heridos, un tal F. G. (por discreción no pongo el nombre entero) y reconoció al P. Teófilo, por haber recibido de él muchos favores en Madrid, siendo Superior del Colegio. Los favores habían sido los siguientes: Siendo este F. G. yerno de los porteros del Colegio de los Padres de los Sagrados Corazones del que el P. Teófilo era director, sus suegros acuedieron al buen religioso para que echase una mano al marido de la hija, del que no conseguían hacer carrera. Con los consejos y ayuda del P. Teófilo, el muchacho cosiguió sacarse el carnet de conducir y encontrar un trabajo como conductor. De hecho, durante la guerra trabajó como conductor de ambulancia y con esa ocasión es como fue a El Escorial, a llevar heridos al hospital. Además, como el trabajo de conductor no le daba suficiente para ganar el pan para la familia, los religiosos le ayudaban cada mes con comida. Pero en aquel ambiente enrarecido, dejado llevar por la ola de anticlericalismo reinante y olvidando lo que el P. Teófilo había hecho por él, aquel mismo día 11 de agosto que lo vio en el hospital lo denunció y exigió que desapareciese de la Casa “porque era una vergüenza que los frailes estuviesen todavía allí”.

Aquella misma noche vinieron con dos coches y mientras cenaba el P. Teófilo con médicos y enfermeros se lo llevaron, pistola en mano. Sin juicio alguno, fue conducido a las afueras de El Escorial, a tres kms., y en el lugar llamado “La Piedra del Mochuelo", después de haberle dejado rezar y escribir unas líneas a su madre, lo asesinaron por la espalda mientras iba a ponerse en el paredón. Dichas lineas, por supuesto, nunca llegaron a su madre.Su cuerpo, con el de otros tres sacerdotes de El Escorial, que asesinaron minutos después, apareció al día siguiente, en dicho lugar. Fue inhumado en el Cementerio de San Lorenzo de El Escorial. Tenía 38 años de edad. El tal F. G., envalentonado y con poca cabeza, fue presumiendo por toda la comarca de haber matado al P. Teófilo, por si aquello le servía para ascender en sociedad, así se supo públicamente lo que había pasado, aunque lo mataron de noche y en privado, como quienes sabían que estaban haciendo algo malo, ellos que proclamaban con la boca llena la libertad, la igualdad y los derechos humanos.

ASÍ VIVEN LOS MOROS EN ESPAÑA

Que lo sepa el mundo entero. Mientras en España hay miles y miles de españoles que están viviendo en el umbral de la pobreza, por culta de la mala gestión, de este gobierno de cobardes. Mientras se le quitan las ayudas a la Iglesia Católica, cuando miles y miles de españoles no se están muriendo de hambre, en las calles, gracias a los comedores de la Iglesia Católica, los gobiernos, tanto central como regional de Cataluña, permiten esto.



¡¡¡ESTO ES UNA VERGÜENZA!!!

martes, 1 de febrero de 2011

EL CRISTIANO ANTE LA MUERTE, VI

La única muerte que debe ser temida "el pecado"

LA RESURRECCIÓN

LA LLAVE DEL MISTERIO DE LA MUERTE

Nuestra fe en la resurrección de la muerte, una fe que no es ni discrecional ni discutible, es el verdadero corazón de nuestra religión cristiana. Nuestra fe es una fe en la Resurrección (1 Cor. 15, 12-19). La Resurrección es nuestra llave para la comprensión del misterio de la muerte. La muerte no será ya el conquistador sino el conquistado, no el vencedor sino el vencido. “La muerte ha sido absorbida por la victoria” (1Cor. 15, 55). Nosotros no pertenecemos ya a la muerte; ahora la muerte es nuestra:

“Ya el mundo, ya la vida, ya la muerte… todo es vuestro” (1 Cor. 3, 22)

En adelante el cristiano tiene por Señor a Aquel que dice:

“Yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (Apoc. 1, 18)

Cristo tenía que morir antes de que pudiera resucitar victorioso sobre la muerte. “¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?” (S. Lc. 24, 26). Muriendo fue como cambió la verdadera esencia de la muerte. La muerte era un final, ahora es un comienzo; era la destrucción de la vida, ahora es su condición necesaria; era la separación de Dios, ahora es el camino para la unión con Él. Porque el cristiano para vivir debe primero morir; porque para tomar parte en la Resurrección debe primero participar en la Muerte de Cristo.

“¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos para participar en su muerte? Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección” (Rom. 6, 3-5)

Si el bautismo sumerge el cristiano en la muerte de Cristo, esta muerte debe por tanto hacerse afectiva a lo largo de toda la vida cristiana. La vida íntegra del cristiano aparece ahora como un misterio de muerte y resurrección, de mortificación y de vida nueva.

“Por cuyo amor (el de Cristo) todo lo he sacrificado… para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a Él en la muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos” (Filp. 3, 8-11)

La muerte para el cristiano lejos de ser el sombrío terror que era antes del Domingo de Pascua, es ahora el único camino de conseguir la resurrección. Aunque resucitado con Cristo, el cristiano espera la manifestación de la plenitud de esta misterio en sí mismo. Y es porque, sin sombra de egoísmo, el cristiano puede decir: "deseo partir y estar con Cristo".

LA DOCTRINA DE LA IGLESIA

La Iglesia, que se considera nacida del costado de Cristo agonizante, que santifica la memoria de sus mártires, que conmemora la muerte de sus confesores, que está junto al lecho de sus hijos moribundo y que celebra con solemnidad sagrada la conmemoración de los Fieles Difuntos, ha intentado a lo largo de los siglos crecer en el conocimiento del misterio de la muerte. De su Maestro ha aprendido la única muerte que debe ser temida: el pecado. Muriendo cada día en sus miembros, la Iglesia tiene una experiencia de la muerte que es única. Ella traslada esta experiencia a las varias manifestaciones de su vida y particularmente a su liturgia de los enfermos y de la muerte. Nunca se cansa de repetir a sus hijos que, para el cristiano, la muerte es un paso a otra vida, que en la muerte “la vida se cambia, no se destruye”. En el momento de su muerte, más que ningún otro momento se su vida, el cristiano es lo que el bautismo ha hecho de él: un iniciado, un crucificado, un miembro del Cuerpo Místico, un hijo de la Iglesia. (Continuará...)

Colección "Teología para todos" de Stanley B. Marrow S. J.