OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

viernes, 25 de marzo de 2011

EL CRISTIANO ANTE LA MUERTE, VIII

Este “cuerpo de nuestra bajeza” será transformado por Cristo, será configurado a su Cuerpo glorioso


¿Cómo describimos el fenómeno de la muerte? Generalmente, diciendo que es la separación del cuerpo y del alma. Cuando definimos la muerte como la separación del alma y del cuerpo, no deberíamos olvidar nunca un hecho realmente importante: la muerte es algo que afecta el hombre entero, no algo que únicamente sucede al cuerpo del hombre solo, o al alma sola. El hombre muere. La muerte es un acontecimiento para el hombre como un todo, para el hombre como persona espiritual.

Muchos de nosotros estamos tentados de ver en esta definición un concepto Platónico de la muerte, como una liberación del alma espiritual de la prisión del cuerpo material y corruptible. De uno u otro modo, nos imaginamos que el alma emprende su vuelo lejos de este cuerpo material, para estar libre de la materia y del mundo material. Si consideramos esta forma de imaginación, corremos el grave peligro de vaciar nuestra fe en la resurrección de todo su contenido real. El hombre, en el último día, resucitará en cuerpo y alma, resucitará para “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apoc. 21, 1). Este “cuerpo de nuestra bajeza” será transformado por Cristo, será configurado a su Cuerpo glorioso. Si nosotros pedimos el estar libres de este cuerpo, es únicamente porque buscamos el vernos libres de este “cuerpo de muerte”, de este cuerpo de corrupción; porque sólo ansiamos el día en que este cuerpo se revista de incorruptibilidad para siempre.

Además cuando el cristiano reza por las “almas de los difuntos”, lo hace de la misma manera que cuando reza en el Credo, “creo en la resurrección de los muertos”. Esto significa que reza como uno que cree, no simplemente que el alma es inmortal, sino que la persona entera, cuerpo y alma, resucitará in día, cuando “lo sembrado en corrupción resucite en incorrupción; lo sembrado en ignominia resucite en gloria; lo sembrado en flaqueza resucite en poder; se siembra un cuerpo animal y se levanta un cuerpo espiritual” (1 Cor. 15, 42-44).

LA MUERTE ES UNIVERSAL


Veamos ahora la tercera proposición de nuestra fe católica: la muerte es universal. A primera vista nos puede parecer que esta es una proposición conocida por la simple inducción. Al menos aquí, pensamos, la experiencia confirma nuestra afirmación. El hombre muere en todos los lugares y en todos los tiempos. Por eso, adecuamos “mortal” con “hombre”, y hablamos del “hombre mortal”. Pero no es así. Esta proposición es una verdad revelada. Nosotros no sólo conocemos que la muerte es el destino de todo hombre, sino que además lo creemos. Nuestra fe en la universalidad de la muerte es realmente mucho más rica y mucho más profunda que nuestro conocimiento del hecho de que todos los hombres mueren. Cuando decimos que creemos en la universalidad de la muerte, no apoyamos nuestra afirmación en la observación del hombre o en la filosofía de la naturaleza humana; afirmamos sencillamente un verdad en la historia de la relaciones del hombre con Dios.

Todos los hombres son pecadores, y de aquí que todos los hombres deban morir. E inversamente, porque todos los hombres mueren, son todos pecadores. Nuestra fe en la universalidad de la muerte es también una fe en nuestra necesidad de redención. El cristiano, profesando su fe en la universalidad de la muerte, rinde gracias a su Redentor. Cuando un cristiano muere, no sucumbe simplemente ente una ley de la naturaleza. El cristiano muere libremente. (Continuará…)



Colección "Teología para todos" de Stanley B. Marrow S. J.

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