OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

jueves, 17 de junio de 2010

UNA EXCOMUNIÓN INVÁLIDA, UN CISMA INEXISTENTE, II



EL MÉRITO DE MONS. LEFEBVRE

Creando el vacío alrededor de Monseñor Lefebvre con una excomunión totalmente arbitraria, porque el antiguo prelado había obrado en evidente estado de necesidad y sin ninguna intención cismática, las autoridades del Vaticano pensaban tal vez haber logrado disolver el bastión de fidelidad al dogma presentado por la Fraternidad San Pío X. Si este pensamiento ha existido, ha sido desmentido por los hechos. No obstante las dificultades materiales de todo género, la Fraternidad cuenta hoy con alrededor de 350 sacerdotes, de los cuales 100 son franceses. Está viva y floreciente, y mantiene sus cinco seminarios diseminados por el mundo. Agradecemos vivamente al Señor.
Hace muchos años, en una entrevista, el Cardenal Ratzinger manifestó asombro por la solidez y la perseverancia de la Fraternidad. Él estará tal vez todavía más sorprendido de saber que hace tres años, un eminente científico – aprobado por los profesores de la Universidad Gregoriana – consideraba como jurídicamente inválidas tanto la excomunión declarada a Monseñor Lefebvre como la imputación de cisma que se le hace. El tiempo, como se dice, es honesto...
Los católicos fieles al dogma saben que pueden tener en las iglesias y capillas de la Fraternidad, la verdadera Misa católica (la “Misa de siempre”, porque su rito se remonta a los primeros siglos del Cristianismo), con – en consecuencia – un grande e inestimable beneficio para sus almas, sin estar obligados a reconocer, contra su conciencia “la legitimidad y la corrección doctrinal” del misal promulgado por Pablo VI, lo que al contrario les pasa a los que frecuentan la Misa Tridentina concedida por el indulto de Juan Pablo II, indulto en el cual se encuentra precisamente formulada esta condición de reconocimiento. El cual, siendo implícito, es peligroso para la salvación de las almas puesto que la “corrección doctrinal” de la misa de Pablo VI es, como se ha visto, extremadamente dudosa.
No sabemos si la falta de corrección doctrinal es tal que permite considerar como a priori inválido el nuevo rito. No tenemos la autoridad para pronunciar un juicio definitivo y dirimente en la materia. Sabemos, sin embargo, que si nos atenemos a la salvación de nuestra alma debemos evitar el nuevo rito a cualquier costo. Y sabemos que debemos el beneficio inestimable de poder frecuentar la Santa Misa verdaderamente católica, a la lucha muy meritoria y tenaz por la defensa del dogma de la fe, emprendida en su momento por Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer (los dos únicos obispos que lo han defendido abiertamente) y por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X fundada por Monseñor Lefebvre. Agradecemos por esto a Dios Todopoderoso y esperamos con una fe inalterable en la obra de Dios, el día en que la Santa Sede, vuelta a la sana doctrina de siempre, pondrá en claro la injusticia de las condenas infligidas en la hora de las tinieblas.
Mientras tanto agradecemos también al Señor por habernos salvado de las seducciones intentadas por la autoridad formalmente legítima para recuperar al “rebaño” que se obstina en preferir la verdadera Misa católica a la de Pablo VI. Nos referimos al Motu Proprio Ecclesia Dei adflicta, promulgado por el actual Papa con ocasión de la excomunión inválidamente declarada contra Monseñor Lefebvre.El décimo aniversario de este documento ha sido también objeto de declaraciones triunfalistas por parte de algunos, con declaraciones casi triunfalistas. Según estos, el éxito de las “comunidades Ecclesia Dei”, constituidas de acuerdo con las directivas y promesas contenidas en el motu Proprio del Papa, resultaría del hecho de haber quitado a la Fraternidad San Pío X, diez sacerdotes y veinte seminaristas en 1988 y, (dicen ellos) “quince sacerdotes y seminaristas” hace algún tiempo. En suma: alrededor de una quincena de sacerdotes y una treintena de seminaristas en un período de diez años. Enorgullecerse de estas cifras es no tener sentido del ridículo. Por lo demás, el cardenal Gagnon, después de haber visitado la Fraternidad en 1987 y encontrar todo en orden, ¿no había previsto que “el 80 % de los fieles dejarían la Fraternidad de Monseñor Lefebvre en el caso de consagraciones ilícitas”?.
Por el contrario, la Fraternidad ha resistido con perdidas mínimas. Se mantiene bien desde hace diez años, gracias a Dios, y pese a la competencia de las “comunidades Ecclesia Dei”.


LA ILUSIÓN DE "ECCLESIA DEI". EL MOTU PROPRIO "ECCLESIA DEI ADFLICTA"

Pero, ¿por qué decimos que ese “motu proprio” ha dado vida a una ilusión? Consideremos atentamente los hechos. Promulgado el 2 de julio de 1988, como comentario de la excomunión de Monseñor Lefebvre que acababa de ser declarada, el documento advertía a todos aquellos que hasta ese momento “se habían apegado, del modo que fuese, al movimiento creado por Monseñor Lefebvre”, que se dieran cuenta de su deber de no sostener en manera alguna dicho “movimiento”. Al mismo tiempo, les tendía la mano; ¿cómo?
En el párrafo 5 del documento, el Papa manifestaba su voluntad – a la cual pedía asociarse a los Obispos y todos aquellos que estaban investidos de ministerio pastoral en la Iglesia – según la cual fuera facilitada la “comunión eclesial”, gracias a medidas capaces de garantizar el respeto de sus “justas aspiraciones”, a los fieles “que se sienten ligados a formas litúrgicas y disciplinarias anteriores dentro de la tradición latina”. El Papa establecía, en el párrafo 6, la creación de una Comisión presidida por un Cardenal (Comisión “Eclessia Dei”) y compuesta por miembros de la Curia, encargada de colaborar con los órganos competentes y los medios interesados para facilitar la “plena comunión eclesial” de los sacerdotes, seminaristas, comunidades religiosas e individuos hasta entonces ligados a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que desearan quedar unidos al Sucesor de Pedro, “conservando su tradición espiritual y litúrgica, a la luz del protocolo firmado el 5 de mayo de 1988 por el Cardenal Ratzinger y Monseñor Lefebvre”.
Este famoso protocolo de acuerdo del 5 de mayo de 1988, que luego no entró en vigencia, constituía por consiguiente, la base jurídica para organizar lo que se llamaría las “Comunidades Ecclesia Dei”, es decir, las “comunidades” (en general sociedades de vida apostólica) compuestas inicialmente por desertores de la Fraternidad San Pío X, a los cuales era reconocido el privilegio de celebrar la Misa llamada de San Pío V y de mantener las “formas litúrgicas y disciplinarias precedentes”. Entre las primeras y más conocidas “comunidades”, está la Abadía benedictina de Santa Magdalena de Barroux y la “Fraternidad San Pedro”. Según fuentes de la Fraternidad San Pío X, la autonomía reconocida a esas instituciones es, de todas maneras, más bien limitada en diversos aspectos. Recordamos aquí un punto importante: en el protocolo de acuerdo del 5 de mayo, la Santa Sede reconocía la “utilidad” del nombramiento de un Obispo “miembro de la Fraternidad San Pío X”. Esto significaba que en principio era aceptada la consagración de un Obispo fiel a la Tradición. Habiendo mantenido el protocolo de acuerdo como base para el reconocimiento de las “Comunidades Ecclesia Dei”, esta promesa oficial, hecha en aquel entonces pesa todavía sobre la Santa Sede: la consagración mencionada más arriba, debería haber tenido lugar para esas Comunidades, pero hasta hoy no se le ha visto ni la sombra: la promesa no ha sido mantenida.

UN INDULTO GRÁVEMENTE CONDICIONADO, Y SIN RAZÓN DE SER


Volvamos ahora al texto del “Motu proprio”. Concluyendo sus instrucciones, el Papa afirmaba que era necesario respetar el “deseo espiritual” de los fieles “que se sienten ligados a la liturgia latina, aplicando de manera amplia y generosa las directivas adoptadas en su tiempo por la Sede Apostólica para el uso del misal romano según la edición típica de 1962”.¿A qué se refería el Papa? Al famoso indulto Quattor abhinc annos promulgado el 3/10/1984 por la Congregación para el Culto Divino y que ya hemos citado, el cual establecía para los sacerdotes y fieles que lo hubieran pedido a su Obispo, la posibilidad de recibir el privilegio de celebrar la Misa tridentina y asistir a ella. Naturalmente, la concesión del privilegio estaba subordinada a condiciones, entre ellas: que los peticionantes acepten “la legitimidad y la rectitud doctrinal del misal romano promulgado en 1970 por el Pontífice Romano Pablo VI”, que esta celebración tenga lugar “solamente para la utilidad de quien la reclamaba”, y en los lugares de culto y condiciones establecidas por el Obispo. Las iglesias parroquiales estaban excluidas de la concesión del privilegio, excepto en casos extraordinarios.
El ejercicio de ese privilegio estaba pues sometido a notables limitaciones, e inmediatamente los Obispos se mostraron más bien sordos a las peticiones de los fieles. Hay que agregar que los fieles unidos a la Tradición continuaban frecuentando en gran número las Misas celebradas por la Fraternidad San Pío X. Entonces el Papa forma una comisión de ocho cardenales de Curia, encargada de examinar la situación y preparar las “normas” que establecieran una nueva reglamentación del Indulto, válida para toda la Iglesia. Sin embargo, esas normas jamás fueron promulgadas.
El concepto más importante expresado en esta circunstancia por esa comisión cardenalicia puede ser, como se sabe, la cuestión de la supresión o no, por parte de Pablo VI, de la Misa tridentina; según dichos cardenales, Pablo VI no la suprimió formalmente nunca, y por consiguiente, “ningún Obispo tiene el derecho de impedir a un sacerdote católico celebrar la Misa tridentina”.
Esta opinión, que parece canónicamente inatacable, vacía de significación, sin quererlo, el propio Indulto. De hecho, si la Misa tridentina no fue nunca formalmente suprimida, y por lo tanto continúa existiendo como liturgia perfectamente válida de la Santa Iglesia, celebrarla y asistir a ella es un derecho, no un privilegio, y el indulto de Juan Pablo II que la concede como privilegio, es canónicamente superfluo.


LA RESISTENCIA PASIVA DE LOS OBISPOS Y LA INTERPRETACIÓN DE LA SANTA SEDE

Sea como fuere, la invitación dirigida a los Obispos por el Papa, de ser “generosos” para acordar el permiso de la Misa tridentina, no ha sido escuchada. He aquí un dato de hecho inatacable, que resulta, entre otros, con extrema claridad del voluminoso libro de la Encuesta citada, nota 9, los Obispos hacen oídos sordos. Al mismo tiempo, la demanda de esta Misa [tridentina] parece aumentar, tal vez porque los fieles tienen bastante de la “anarquía litúrgica” que, a causa de la Misa de Pablo VI, reina en casi todas las parroquias, especialmente en Francia, y no sólo en Francia (la anarquía es cada vez más universal pero con grados e intensidad variable).
No obstante, la actitud de los Obispos contradice sólo en apariencia a la de la Santa Sede. De hecho, ésta ha hecho promesas que luego no ha mantenido (por ejemplo, en el caso del nombramiento de un Obispo “tradicionalista”). Ella ha instituido la Comisión cardenalicia antes mencionada pero sus normas, válidas para toda la Iglesia y que contienen una nueva reglamentación, nunca fueron promulgadas. Y esto no es todo. Monseñor Giovanni Battista Re (sustituto de la primera sección de asuntos generales de la Secretaría de Estado) respondía el 17. 01. 1994 al Presidente de Una Voce – que el 13.10.1993 pedía al Papa quisiera autorizar libremente en toda la Iglesia la Misa y los sacramentos según el antiguo rito, para soslayar así la resistencia pasiva de los Obispos –, que Ecclesia Dei había permitido la utilización del Misal Romano “en ciertas condiciones. Las diversas disposiciones tomadas después de 1984 tendían a facilitar la vida eclesial de algún número de fieles sin perpetuar por ellos las formas litúrgicas anteriores. La ley universal es la de usar el rito renovado luego del Concilio, por lo que la utilización del rito anterior debe ser entendido como un privilegio que tiene un carácter excepcional”.
El objetivo de Ecclesia Dei era pues, solamente “facilitar la vida eclesial” a los fieles unidos a la Tradición pero no se deseaba “hacer eterno” el antiguo rito. ¿Qué significa esta expresión? Que el antiguo rito era tolerado provisoriamente para no ofender la sensibilidad de algunos fieles pero que no se podía considerar como un rito destinado a durar. La conclusión de la carta era extremadamente clara sobre este punto: después de haber rendido un homenaje formal a la “salvaguarda de valores que constituyen un patrimonio precioso para la tradición litúrgica de la Iglesia”, el sustituto continuaba afirmando con gran claridad que “el primer deber de todos los fieles es acoger y profundizar las riquezas de los valores que se encuentran en la liturgia en vigencia, y hacerlo en espíritu de fe y de obediencia al Magisterio, evitando toda tensión perjudicial para la comunión eclesial. El Santo Padre desea que vuestra Asociación contribuya a este objetivo”.


UN "PARENTESIS DE TOLERANCIA"

El texto de Monseñor Re puede ser entendido sin duda alguna como una interpretación auténtica del Motu proprio Ecclesia Dei. Éste no ha entendido de ninguna manera restablecer el antiguo rito, y aún menos en un plano de paridad con el nuevo. Se ha tratado sólo de un gesto “pastoral” del Papa, como una consideración hacia la “sensibilidad” de algunos fieles anclados en el pasado. Un “paréntesis de tolerancia” que no apunta absolutamente a “hacer perenne” el rito tradicional en la liturgia oficial de la santa Iglesia. Los fieles deben, al contrario, saber que su deber es seguir el nuevo rito ya que es y permanece la voluntad del Papa.
La importancia de esa carta, de esa interpretación oficial del Motu proprio, está confirmada por el hecho de que los Obispos la citan con frecuencia, rehusando otorgar la Misa con Indulto. Desde el punto de vista de la jerarquía actual, la misa tridentina con indulto no sería, pues, otra cosa que un paréntesis destinado a ser cerrado algún día. Es por ello que decimos que Ecclesia Dei es una ilusión en la que han caído todos aquellos que esperaban que el Papa actual quisiera efectivamente restablecer el rito tradicional de la Santa Misa en el mismo nivel de dignidad que el nuevo.
Pero el día de un brusco despertar se acerca. Para demostrarlo, según nosotros, basta ver las demandas que ha hecho llegar a las “Comunidades Ecclesia Dei”, Monseñor Perl, secretario de la Comisión Ecclesia Dei, en un documento que date del verano de 1998, tal vez para celebrar el décimo aniversario de esta Comisión. Monseñor Perl pide que, en las Misas tridentinas celebradas con Indulto, el oficiante en lo sucesivo esté sentado durante la lectura de la Epístola; que el Prólogo del Evangelio de San Juan sea suprimido; que se empiecen a recitar durante la Misa las “plegarias universales”.
He aquí una tentativa impresionante de mutilar el rito tridentino y de contaminarlo con el de Pablo VI. De hecho, ¿por qué el sacerdote debería estar sentado mientras se lee la Epístola? ¿Cuándo se ha visto este tipo de cosas? ¡Es el sacerdote – presidente de la misa protestante del “Novus Ordo” quien se queda sentado mientras que laicos de variado tipo (matronas, jovencitas, boy-scouts, padres de familia, etc.) leen los extractos del Antiguo y Nuevo Testamento insertados en la “liturgia de la palabra” y casi siempre de una manera capaz de indignar hasta los mismos muros de la Iglesia! Pidiendo al oficiante de la Misa tridentina quedarse él también sentado durante esas lecturas mientras ellas son hechas por laicos de pie, es evidente que se pide, sin decirlo, la presencia de algún otro, diferente del oficiante, para hacerlas. ¿Un laico? ¿Una mujer? ¿Una religiosa?
¿Y por qué se quiere hacer esto a la lectura del Prólogo del Evangelio de San Juan? Se trata de un texto para nada ecuménico. En efecto: 1) reafirma la naturaleza divina de Cristo; 2) recuerda que el mundo y los de “su casa” – es decir, los judíos – “no le recibieron”; recuerda que el mundo es enemigo de Cristo (razón por la cual debe ser convertido), y también recuerda el pecado de los judíos contra el Espíritu Santo, cosa que los judíos no desean recordar; 3) proclama a los cristianos superiores a los hijos de Abraham porque son elegidos “hijos de Dios”, gracias a la fe en Cristo.
La supuesta “plegaria universal”, en fin, es una oración concebida según diversas fórmulas, por medio de las cuales se introduce explícitamente en la Misa el espíritu “ecuménico” como lo entiende la “Iglesia conciliar” surgida del Vaticano II.
La Circular de Monseñor Perl demuestra que la Santa Sede ha decidido acortar los tiempos: el recreo terminó. Se anuncian tiempos duros para las “Comunidades Ecclesia Dei” (salvo compromisos ulteriores). Sus superiores intentarán resistir y defender la Misa de siempre de recortes y contaminaciones. Pero ¿lo lograrán? Y ¿hasta cuándo? Hubieran hecho mejor en no dejarse seducir hace diez años y escuchar a aquellos que, código canónico en mano, objetaban desde el principio la manifiesta invalidez de esas contaminaciones, cuya hipótesis hace ahora la propia Universidad Gregoriana (ver el §2 de este estudio y el 3.11).
Esperamos que el trabajo aporte una contribución a la verdad, de manera de colaborar, con la ayuda de Dios, a esclarecer la nube de embustes y malas interpretaciones que rodea aún la figura y la obra de Monseñor Lefebvre. (Continuará)

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