OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

domingo, 13 de enero de 2013

EL CONCILIO VATICANO I

El Santo Concilio Vaticano I enseña que:

“La doctrina de Fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallaz­go filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios huma­nos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito di­vino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pre­texto y nombre de una más alta inteligencia” (Constitución dogmática “Dei Filius”, Dz. 1800)

“No fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custo­diaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe” (Vaticano I, Constitu­ción dogmática “Pastor Aeternus”, Dz. 1836)

Además, “el poder del Papa no es ilimitado: no solamente no puede cambiar nada de lo que es de institución divina, co­mo por ejemplo, suprimir la jurisdicción episcopal, sino que, colocado para edificar y no para destruir, por ley natural no de­be sembrar la confusión en el rebaño de Cristo” (“Diccionario de teología católica”, T. II, col. 2039-2040)

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