OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

sábado, 6 de junio de 2009

11 DE JUNIO FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI


LA HOSTIA SANTA CONVERTIDA EN HERMOSÍSIMO NIÑO

Entre los muchos prodigios que ha obrado el Señor para demostrar su presencia real en el Augustísimo Sacramento de la Eucaristía, merece una mención especialísima el que tuvo efecto en Zaragoza, en 1427, siendo Arzobispo Don Alonso Arbuelo. El doctísimo Dormer, arcedario de aquella Metropolitana, nos dejó escrita la narración de este hecho.

Vivía e dicha ciudad un matrimonio cristiano muy mal avenido por diferencias de temperamento. La esposa, cansada de aguantar a su marido, tomó un día la resolución de ir a visitar a un moro brujo, enemigo irreconciliable del hombre cristiano, para consultarle la manera de hacer cambiar el carácter de su marido. Cuando el moro se enteró del motivo de la visita, le dijo que precisamente poseía un remedio muy eficaz y a propósito para esos casos, pero que, para prepararlo, necesitaba un Hostia Consagrada de las que se distribuyen en la Sagrada Comunión. Aquella mujer, desaprensiva y supersticiosa, le prometió que le llevaría una, aquel mismo día.

Para tal objeto se dirigió enseguida a la iglesia parroquial de San Miguel, donde se confesó y comulgó sacrílegamente, y una vez recibida la Sagrada Hostia, se la sacó de la boca, la puso, con disimulo, en una cajita que tenía preparada y se encaminó, otra vez a la casa del moro, para entregarle, ¡oh sacrilegio!, el Cuerpo Sacratísimo de Jesús.

Más, cuál no fue su sorpresa, cuando al descubrir la cajita, encontró, en lugar de la Sagrada Forma, un hermoso Niño, pequeño y bello, y resplandeciente como el sol. De momento, aquella mujer, perturbada, no sabía qué hacer, si correr a dar noticia del prodigio o continuar su acción sacrílega. El moro la sacó de dudas, aconsejándole que arrojase al fuego la cajita y la Forma. Así lo hizo aquella mujer impía. Mas he aquí un nuevo prodigio. La cajita quedó, en pocos momentos, convertida en ceniza, pero el Niño se conservó intacto, hermoso y sonriente como antes.

La impía testarudez de aquella mujer era inconcebible. En lugar de reconocer su enorme falta y pedir perdón a Dios, acudió otra vez al moro, que menos duro e insensible que ella, se espantó ante la persistencia del prodigio y temiendo un castigo severísimo del cielo, aconsejó a aquella mala mujer que corriese a dar cuenta de ello a la Seo. Así lo hizo, en efecto, y arrepentida de su horrible sacrilegio, confesó, con gran dolor y lágrimas, su pecado. El buen Jesús tuvo también compasión de aquel moro, y mediante aquel prodigio, le tocó el corazón, pues se convirtió a la fe y recibió, más tarde, el bautismo de manos del Vicario General.

Pronto el Señor Arzobispo tuvo noticia de un hecho tan maravilloso, y queriendo proceder con la mayor discreción y prudencia, nombró una comisión para que examinase el hecho y diese su dictamen sobre la verdad de lo acontecido. La comisión confirmó la realidad del caso, y no habiendo lugar a la menor duda, organizó una grande y solemnísima procesión, para trasladar aquella milagrosa Forma a la iglesia. Asistiendo los dos cabildos, el de la Iglesia del Salvador y el del Pilar, y los clérigos seculares y regulares, las autoridades de la ciudad y un inmenso concurso de pueblo. El Señor Arzobispo, bajo palio, llevaba la Sagrada Forma sobre un patena, haciéndose visible a todos aquel Niño hermosísimo y resplandeciente. Al llegar a la iglesia, el Sacramento fue colocado sobre el altar de San Valero, para satisfacer la piedad de los fieles, y terminó el acto con una conmovedora plática del Señor Arzobispo, que arrancó lágrimas y suspiros de toda la concurrencia.

Durante todo aquel día, que era sábado, quedó expuesta la Santa Hostia en aquel altar, y continuó la gran maravilla. Al día siguiente, el prelado celebró el Santo Sacrificio de la Misa en aquel mismo altar, y al llegar al ofertorio, aquel bellísimo Niño desapareció de la vista de todos, y quedó tan sólo la Forma de antes, que el celebrante sumió, al llegar a la comunión.

Desde aquel día, y debido a este gran prodigio, creció estraordinariamente en Zaragoza la devoción al Augusto Sacramento de la Eucaristía.

La relación de este hecho, acreditada por innumerables testimonios, se conserva en el archivo del Cabildo Metropolitano, y aparece perpetuado su recuerdo en las pinturas que adornan la capilla de Santo Domingo de Val.


Rvdo. P. Zacarías de Lloréns, en "Flores Eucarísticas"


Del libro "Prodigios Eucarísticos" de Fray Antonio Corredor O.F.M.


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