OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

sábado, 9 de mayo de 2009

MES DE MAYO, MES DE MARÍA


COVODONGA (La Virgen de la Cueva)

Al oriente de Cagas de Onís, a la extremidad de un estrecho valle, se levanta una roca de 128 pies de elevación, en cuyo centro existe una abertura que forma una caverna llamada "Covadonga", nombre alterado de "Cueva Longa", o larga, como forma alargada y gran extensión. En esta cueva, sobre el monte Auseba, se veneraba desde remotos tiempos una imagen de María Santísima, al cuidado de la cual hallábase un venerable ermitaño.

Cuenta una vieja leyenda que, en cierta ocasión, poco tiempo después de la invasión de los árabes, don Pelayo, que se había batido con gran valor en Guadalete hubo de refugiarse en Asturias, como tantos otros, se encontraba recorriendo la montaña en las proximidades de la "Cueva Longa".

De pronto salióle al paso un malhechor muy conocido por sus fechorías en aquella comarca, y don Pelayo, al verse atacado, desnudó su espada, dispuesto a castigar como se merecía la maldad de aquel hombre. Pero éste reconoció al instante la superioridad de su contrario y echó a correr, refugiándose en la cueva de la Santísima Virgen María.

Hasta allí le persiguió don Pelayo, dispuesto a descargar su espada sobre la cabeza del criminal, quien, viéndose perdido, arrojóse a los pies del santo eremita, guardián del altar de Nuestra Señora, gritando:

-¡Perdón! ¡ Salvadme!

-¡Atrás!- gritó el ermitaño, deteniendo a don Pelayo-. Envairad vuestra espada, que, si merece algún castigo este desgraciado, no es en este santo lugar donde debéis castigarle. Respetad el Santuario de la Virgen María y perdonad a vuestro enemigo, como Dios perdonó a sus verdugos...

Era muy cristiano el valiente don Pelayo, e incapaz, por lo tanto, de profanar el humilde templo de Nuestra Señora.

Así, pues, al oír las palabras del cenobita, envainó su espada y se postró reverente ante el pobre altar de la Virgen, exclamando:

-¡Perdonadme, Señora! ¡La ira me cegaba y no os veía; no seré yo, en verdad, quien profane vuestra sacrosanta morada: libre y perdonado está por mí ese hombre, ya que tan poderosa ayuda ha venido a buscar para salvarse!

-Noble y bien nacido sois- contestó el ermitaño-, y vuestra meritoria acción no ha de quedar sin recompensa. La Virgen María, a quien acabáis de honrar y por quien templáis vuestros enojos, os dará en su día el premio a que os habiés hecho acreedor, valiente don Pelayo. En Guadalete habéis peleado por la religión e independencia de vuestra patria; en Covadonga seguiréis peleando por la misma sagrada causa, y la Augusta Emperatriz de los Cielos hará que en Covadonga, donde por el gran amor que la profesáis, se acaba de salvar la vida de un hombre, se salven también de la esclavitud vuestras gentes, dándoos a vos y a ellos la victoria sobre el impío musulmán. Para que así suceda, rogaré yo incesantemente.

-¡Dios os oiga, buen anciano!- contestó don Pelayo.

Y abandonó la cueva santa, no sin antes inclinarse reverente ante el altar de la Virgen, musitando una oración.

No tardó en cumplirse la predicción del venerable ermitaño. Poco tiempo después, don Pelayo era proclamado rey y se levantaba en armas contra el infiel, atreviéndose a hacer correrías por las comarcas, ocupadas por los musulmanes.

El Wali Alhaur Ben Abderramán, con el fin de ahogar en su origen la rebelión de los cristianos, que pudiera ser funesto ejemplo para los españoles que vivían tranquilos bajo el poder agareno, envió a Asturias un poderoso ejército a las órdenes de su lugarteniente Alkamán

Entonces, don Pelayo se retiró con los suyos a las asperezas del monte Auseba, encerrándose con unos doscientos hombres en la Cueva Santa y distribuyendo el resto de sus huestes en las alturas y quebradas que limitan el estrecho valle regado por la aguas del Deva.

Alkamán, con gran imprudencia, avanzó por el desfiladero, empezando el ataque, fiado en el número de sus gentes. Una lluvia de flechas cayó sobre los cristianos, pero la Santísima Virgen María, protectora de sus fieles hijos, hacia que, en lugar de herir a éstos, rebotasen los acerados dardos en las rocas, yendo a clavarse en los pechos de quienes las arrojaban. Al propio tiempo, los cristianos, emboscados en las colinas laterales, disparaban también sus flechas, haciendo rodar al valle enormes peñascos que causaban horribles destrozos en las apretadas filas de los infieles.

Alkamán redobló sus ataques, siempre vigorosamente repelidos, y de repente estalló una fuerte tormenta, cuyos truenos resonaban pavorosos en los montes, y la lluvia desprendióse a torrentes de las nubes...

Los musulmanes se asustaron tanto como creció el ánimo de los cristianos, quienes atribuyeron el suceso al socorro de la Santísima Virgen de Covadonga.

-¡Victoria! ¡Victoria!- exclamó don Pelayo-. ¡La Virgen de la Cueva Santa nos protege!

-¡Victoria!- repitieron con entusiasmo los suyos, arrojándose sobre el enemigo con gran coraje.

El combate se convirtió pronto en horrorosa carnicería, quedando muertos Suleymán, uno de los principales capitanes moros, y el propio Alkamán, que acaudillaba la huestes musulmanas. Estas huyeron a la desbandada, dejándose en aquellos desfiladeros casi la totalidad de su ejército.

Después de la gran victoria que alcanzaron los cristianos sobre los infieles, la fama de la Virgen de Covadonga estendióse por todas partes, y a cada momento se oía invocar a la Reina de los Ángeles con aquel glorioso nombre...

El monte Auseba fue desde aquel día visitado por infinidad de cristianos, que acudían a implorar de la Excelsa Madre de Dios su divina intercesión.

Y no ha habido monarca que no haya visitado el Santuario, dejando en él pruebas de su fervor religioso y predilección por la Santísima Virgen de Covadonga.


José R. Santonja


Del libro "Leyendas Marianas" de Fray Antonio Corredor O.F.M.


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