OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

miércoles, 23 de febrero de 2011

EL CRISTIANO ANTE LA MUERTE, VII

“Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte” (Rom. 5, 12)

Para comprender mejor la actitud del cristiano hacia la muerte, miremos a la Iglesia y a su doctrina, ya expresada en sus declaraciones solemnes o elaborada por sus doctores y teólogos a lo largo de siglos de meditación fructífera sobre el misterio de la muerte. Pero antes de todo esto, debemos aclarar lo que entendemos por muerte en este contexto. San Ambrosio distinguía tres sentidos diferentes de la palabra “muerte”: la muerte del pecado, que es el estado de un alma privada de la vida de Dios; la muerte mística, por la cual una persona muere al pecado para vivir en Dios; la muerte que trae el fin a nuestro peregrinar terreno, que es el fin de nuestra vida en este mundo, la separación de nuestra alma y de nuestro cuerpo.

Se ha hablado ya bastante sobre los dos primeros sentidos. Sencillamente podemos resumirlos diciendo que la vida y la muerte después de la Resurrección de Cristo no son más que momentos de una secuencia temporal. Vida y muerte son ahora realidades que únicamente tienen sentido en relación con Cristo. Quien viva apartado de Cristo, aunque viva, está muerto: “Porque la que lleva vida de placeres, viviendo, está muerta” (1 Tim. 5, 6). Quien muere en Cristo, aunque esté muerto, vive: “el que cree en Mí aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre” (S. Jn. 11, 25-26). En este contexto, la muerte en el tercer sentido mencionado más arriba, esto es, la muerte como fin de esta vida terrena, únicamente puede significar liberación y rescate. Pero también significa mucho más que esto.

Establecidos al comienzo de este folleto que la muerte es un misterio, un hecho sobrenatural que debe ser aceptado primero, y después examinado a la luz de la Revelación. Si investigamos en el contenido de nuestra creencia sobre la muerte misma, en lo que aceptamos por la fe y conocemos con cuatro grandes hechos: (a) la muerte es una consecuencia del pecado; (b) la muerte es la separación del cuerpo y del alma; (c) la muerte es universal; y (d) la muerte es el fin del peregrinar del hombre sobre la tierra. Examinemos ahora cada uno de estos hechos separadamente, porque cada uno de ellos a su vez, contribuirá en gran manera en la actitud del cristiano ante el hecho de la muerte.

LA MUERTE ES UNA CONSECUENCIA DEL PECADO

La muerte es una consecuencia del pecado. La muerte ante todo es una consecuencia del pecado original. Por el pecado de Adán entró en el mundo la muerte (1 Cor. 15, 21). “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte” (Rom. 5, 12). Pero no debemos deducir precipitadamente de este hecho que, si Adán no hubiera pecado, todavía estaría viviendo en medio de nosotros.

El don del que Adán gozaba antes de la caída, el don que corrientemente llamamos “inmortalidad”, no significa que él hubiera pasado una eternidad sin fin aquí sobre la tierra. Significa que si Adán no hubiera pecado, hubiera cumplido sus días, hubiera logrado la consumación de todo su ser, la realización de toda su persona, y hubiera experimentado lo que el P. Kart Rahner ha llamado “la muerte sin morir”. En otras palabras, no hubiera tenido que experimentar la separación violenta por la que todos tenemos que pasar; hubiera pasado de este mundo sin morir como nosotros, sin experimentar la muerte que es la consecuencia del pecado. Adán no fue creado “mortal” como nosotros.

“Cualquiera que diga que Adán, el primer hombre, fue creado mortal y que en consecuencia, ya pecara o no, hubiera tenido que sufrir una muerte corporal, esto es, hubiera tenido que apartarse de su cuerpo, no como castigo por el pecado sino por necesidad de su naturaleza; sea anatema”.

El Concilio provincial de Cartago, tenido en el 418, es quien nos da esta enseñanza, que ha sido doctrina de la Iglesia a través de los siglos.

Debemos señalar el cuidado tenido por los obispos de Cartago al especificar “muerte corporal”, y su explicación de esta muerte como separación del cuerpo. En otras palabras, Adán no hubiera sufrido la muerte que ahora padecemos nosotros como consecuencia de su pecado. Pero tenemos que añadir aquí, que morimos también como consecuencia de nuestros pecados personales: “porque la paga del pecado es la muerte” (Rom. 6, 23).

Pero ahora surge una cuestión semejante a la presentada por lo escribas de Mesopotamia y los sabios de Israel: ¿Por qué, pues, el justo y el pecador mueren de la misma manera? ¿Por qué un cristiano que está libre de pecado debe morir como un pecador cualquiera? La respuesta tiene que ser ésta: aunque el hombre justo muere como el pecador, sin embargo no muere de la misma manera que éste, a pesar de todas las apariencias en contrario. Pero naturalmente, la muerte está oculta en el misterio para quienes todavía están vivos. Nosotros únicamente podemos estar cerca del lecho del moribundo y ser testigos de un fenómeno biológico. (Continuará…)


Colección "Teología para todos" de Stanley B. Marrow S. J.

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