OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

martes, 1 de febrero de 2011

EL CRISTIANO ANTE LA MUERTE, VI

La única muerte que debe ser temida "el pecado"

LA RESURRECCIÓN

LA LLAVE DEL MISTERIO DE LA MUERTE

Nuestra fe en la resurrección de la muerte, una fe que no es ni discrecional ni discutible, es el verdadero corazón de nuestra religión cristiana. Nuestra fe es una fe en la Resurrección (1 Cor. 15, 12-19). La Resurrección es nuestra llave para la comprensión del misterio de la muerte. La muerte no será ya el conquistador sino el conquistado, no el vencedor sino el vencido. “La muerte ha sido absorbida por la victoria” (1Cor. 15, 55). Nosotros no pertenecemos ya a la muerte; ahora la muerte es nuestra:

“Ya el mundo, ya la vida, ya la muerte… todo es vuestro” (1 Cor. 3, 22)

En adelante el cristiano tiene por Señor a Aquel que dice:

“Yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (Apoc. 1, 18)

Cristo tenía que morir antes de que pudiera resucitar victorioso sobre la muerte. “¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?” (S. Lc. 24, 26). Muriendo fue como cambió la verdadera esencia de la muerte. La muerte era un final, ahora es un comienzo; era la destrucción de la vida, ahora es su condición necesaria; era la separación de Dios, ahora es el camino para la unión con Él. Porque el cristiano para vivir debe primero morir; porque para tomar parte en la Resurrección debe primero participar en la Muerte de Cristo.

“¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos para participar en su muerte? Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección” (Rom. 6, 3-5)

Si el bautismo sumerge el cristiano en la muerte de Cristo, esta muerte debe por tanto hacerse afectiva a lo largo de toda la vida cristiana. La vida íntegra del cristiano aparece ahora como un misterio de muerte y resurrección, de mortificación y de vida nueva.

“Por cuyo amor (el de Cristo) todo lo he sacrificado… para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a Él en la muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos” (Filp. 3, 8-11)

La muerte para el cristiano lejos de ser el sombrío terror que era antes del Domingo de Pascua, es ahora el único camino de conseguir la resurrección. Aunque resucitado con Cristo, el cristiano espera la manifestación de la plenitud de esta misterio en sí mismo. Y es porque, sin sombra de egoísmo, el cristiano puede decir: "deseo partir y estar con Cristo".

LA DOCTRINA DE LA IGLESIA

La Iglesia, que se considera nacida del costado de Cristo agonizante, que santifica la memoria de sus mártires, que conmemora la muerte de sus confesores, que está junto al lecho de sus hijos moribundo y que celebra con solemnidad sagrada la conmemoración de los Fieles Difuntos, ha intentado a lo largo de los siglos crecer en el conocimiento del misterio de la muerte. De su Maestro ha aprendido la única muerte que debe ser temida: el pecado. Muriendo cada día en sus miembros, la Iglesia tiene una experiencia de la muerte que es única. Ella traslada esta experiencia a las varias manifestaciones de su vida y particularmente a su liturgia de los enfermos y de la muerte. Nunca se cansa de repetir a sus hijos que, para el cristiano, la muerte es un paso a otra vida, que en la muerte “la vida se cambia, no se destruye”. En el momento de su muerte, más que ningún otro momento se su vida, el cristiano es lo que el bautismo ha hecho de él: un iniciado, un crucificado, un miembro del Cuerpo Místico, un hijo de la Iglesia. (Continuará...)

Colección "Teología para todos" de Stanley B. Marrow S. J.


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