OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

lunes, 14 de diciembre de 2009

DISCURSO A LOS JÓVENES I - LA AVARICIA (SAN BASILIO)


RAZÓN DE ESTE DISCURSO (CAPÍTULO I)

Muchos son los motivos que me obligan ¡oh jóvenes! a daros unos consejos que juzgo excelentes y que, si los recibís bien, sin duda alguna os serán provechosos.

La edad a la que he llegado, las incontables dificultades que he soportado hasta el presente y esa escuela, la de los sinsabores, donde tanto se aprende y de los cuales me ha tocado mi buena parte, me han ejercitado y hecho conocedor de las cosas humanas de tal modo que me autorizan a indicar el camino más seguro a los que recién comienzan el de la vida.

Además, inmediatamente después de vosotros padres, soy por parentesco el más cercano a vosotros; de tal manera que, de mi parte, el cariño que os tengo no es menor que el de ellos; y pienso (si no me engaño acerca de vuestros sentimientos) que de vuestra parte no echáis de menos a los que os dieron el ser cuando me veis a vuestros lado.

Si estáis, pues, ansiosos de escuchar mis palabras os encontráis en el segundo grupo de los que alaba Hesíodo. En caso contrario no os diré nada que os moleste; bastará que vosotros mismos recordéis aquellos versos suyos, en los cuales dice que es excelente quien por sí mismo conoce todo lo que debe saber; bueno, el que no siendo capaz por sí mismo sigue las enseñanzas de otros; e inútil para todo, quien no es capaz ni de los uno ni de lo otro.

No os sorprendáis que, no obstante ir a la escuela diariamente y de poneros en contacto con los ilustres maestros de la antigüedad por medio de las mismas obras que ellos han dejado, mi experiencia pretenda ofreceros una mayor utilidad acerca de sus enseñanzas.

En efecto, una vez por todas, vengo a daros el consejo de no entregar el gobierno de vuestro pensamiento a esos hombres, como no se entrega el timón de una embarcación; ni a que los sigáis por donde ellos quieran llevaros, sino tan sólo a aceptar de ellos lo que tienen de útil y a conocer lo que hay que dejar de lado.

Por tanto, que hay que pensar y cómo hay que proceder en esta elección: he aquí el tema sobre el cual voy a hablaros de inmediato.


META DE LA INSTRUCCIÓN (CAPÍTULO II)

Nosotros (los cristianos) ¡oh jóvenes! consideramos la presente vida carente de un valor absoluto; ni damos el nombre de vida a lo que con ella debe concluir. Así que ni el esplendor del abolengo, ni la robustez ni la hermosura ni la proceridad corporales, ni las loas de todo el mundo, ni la misma realeza, ni bien alguno humano reputamos grande; ni siquiera digno de ser deseado, ni nuestra miradas de posan en quienes tales cosas tienen.

Nosotros tendemos más lejos con nuestra esperanza; realizamos todas nuestras acciones con miras a conseguir otra vida. En consecuencia, cuanto nos puede ser apreciado y procurado con todas nuestras fuerzas; y lo que a ella no nos lleva, despreciarlo como cosa de ningún valor.

Lo que sea esa vida, donde y cuando la viviremos, para decirlo serían necesarios oyentes de mayor edad, y más tiempo del que permite mi actual propósito. Empero, para mostraros lo que acabo de decir puede bastar el pensamiento de que si el total de las dichas gozadas por los hombres desde que comenzaron a existir, reunidas formando un todo no sería comparable ni siquiera a la parte ínfima de aquellos otros bienes. Más aún, el mismo conjunto de los bienes de este mundo se halla tan alejado en dignidad del más pequeño de estos otros bienes como el sueño y la figura lo están de la realidad. Daré más justeza a mi comparación diciendo que la diferencia del valor de estas dos vidas y cuándo una deba ser preferida a la otra, es tanta cuanto el alma es superior al cuerpo.

A esta vida nos conduce, es verdad, la Sagrada Escritura mediante la enseñanza de sus misterios; pero, mientras la edad no nos permita penetrar la profundidad de su sentido, podemos ejercitar la vista del alma (como en unos espejos y representaciones) en otros libros que no le son del todo extraños, imitando a los que se adiestran en los ejercicios militares. Estos recogen en los certámenes los frutos de la pericia que habían adquirido cuando niños con los saltos y los ademanes.

Pues bien, asimismo nosotros debemos considerar que nos espera un combate, el más violento de todos los combates; por lo cual hemos de trabajar y sufrir todo lo que podemos soportar para prepararnos a él; y hemos de consultar a todos aquellos hombres, sean poetas, historiadores u oradores, que puedan proporcionar alguna utilidad provechosa a nuestras almas.

Porque así como los tintoreros por someter a especial preparación al objeto destinado a ser teñido, y sólo luego le dan el color púrpura u otro cualquiera; así también nosotros, si queremos que perduren indelebles en nuestras almas la fuerza y el amor de la virtud y de la honradez, nos ensayaremos previamente en esas ciencias profanas y luego oiremos con fruto las Sagradas Enseñanzas. De este modo, habituados a ver la luz del sol en el reflejo del agua, podremos después fijar nuestras miradas en el mismo Sol.

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