OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

martes, 9 de febrero de 2010

DISCURSO A LOS JÓVENES VI - LA AVARICIA (SAN BASILIO)


PREEMINENCIA DE LO ESPIRITUAL (CAPÍTULO IX, CONTINUACIÓN)

Y yo mismo he oído decir a los médicos que el exceso de corpulencia es también un peligro.

El cuidado exagerado del cuerpo es manifiestamente una locura, porque es a su vez desventaja para el mismo cuerpo y una carga para el alma que se ve oprimida bajo su peso y convertida en su esclava. Empero si lo sometemos a la razón, apenas habrá cosa humana que merezca tanta admiración como el cuerpo.

¿Para qué podrán servir entonces las riquezas si los placeres del cuerpo son desdeñosos?

Francamente no lo veo: a no ser que a imitación del dragón de la fábula nos gusta estar sobre tesoros enterrados. Es indudable que quien, por la educación, se halla preparada para encarar las cosas de la misma dicha, como hombre verdaderamente libre, estará muy lejos de apetecer algo indigno o vergonzoso tanto de palabra como de acciones.

Lo que exceda, por tanto, de lo necesario (así fuese las pepitas de Lidia o la obra de las hormigas auríferas) tanto m´s de lo desdeña cuanto menos se lo necesita. Su mismo uso se lo reglamentará en vista no a los placeres sino tan sólo a las necesidades impuestas por la naturaleza.

En cambio, los que se extralimitan de los lindes impuestos por la necesidad, se asemejan a los que son arrastrados pendiente abajo: no encuentran un descanso ni un punto donde detener su precipitada caída. Cuantas más riquezas se amontonan, mayor es la codicia e insaciable la pasión. Creamos a Solón, hijo de Exekéstides, cuando dice:

"Las riquezas no tienen límite establecido para la codicia humana".

Y en esto Teoñis ha de servirnos de maestro al manifestar:

"Yo ni apetezco ni deseo las riquezas; sin mal, gozo vivir con mi poco".

Yo siempre he admirado ese desdén por todas las cosas humanas que poseía Diógenes, quien se declaraba mucho más rico que el gran rey por tener menos necesidades que él para vivir.

Por el contrario, ¿seremos nosotros de los que no están satisfechos si no poseen los tesoros de Pitios de Misia, y tantas y tantas fanegas de tierra, y nubes de animales que superan todo cálculo?

Yo opino que no es conveniente desear riquezas cuando no se tienen; y de estar contentos de saberlas usar bien cuando se poseen.

Realmente es bueno lo que se refiere de Sócrates, el cual dijo, a propósito de un rico orgulloso de sus riquezas, que él no lo admiraba antes de haber podido comprobar si sabía hacer buen uso de los bienes.

¿Fidias y Policleto no se habrían cubierto de ridículo si se hubiesen envanecido de poseer oro y marfil? En cambio al servirse de esos materiales (el uno para hacer el Zeus de los Eleanos, y el otro, a Heras de los Argianos) no se adornaron con algo ajeno a sus personas, sino que con su arte consiguieron darle a sus bienes un mayor encanto y precio que el que tiene el mismo oro.

Y si nosotros que desdeñamos las riquezas y despreciamos los placeres sensuales, fuéramos luego tras la lisonja, ¿no imitaríamos la hipocresía del zorro de Arquíloco? En este caso, ¿no juzgaríamos nuestra conducta más vergonzosa cuanto que nosotros creemos que la virtud humana no tiene en ella misma su ornamento supremo?

No hay, en consecuencia, nada que el hombre prudente deba evitar, como el regular su vida con fama; estudiando no de agradar a la muchedumbre, sino tomar a la recta razón como guía de su conducta. Y esto ha de hacerlo de tal manera que, aun cuando hubiese de estar en oposición con todos y tuviese que afrontar desprecios y peligros por la virtud, siempre ha de preferir permanecer invariablemente fiel a los principios que tiene por verdaderos.

Y si alguno de nosotros así no fuera, cabe preguntar: ¿en qué se diferenciaría de aquel sofista egipcio, de nombre Proteo, que se transformaba, a capricho, en vegetal, en bestia, en fuego, en agua o en cualquier otra cosa semejante? Ese tal haría ahora el elogio de la justicia delante de los que la estiman; y después diría palabras contrarias, cuando advierte que la injusticia se aplaude, lo cual es propio de los que aman la adulación.

Son como el pólipo que, según dicen, cambia de color de acuerdo a la luz que lo alumbra. Y así a ellos se los verá cambiar de sentimientos de acuerdo a la moda o a la opinión.

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