OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

jueves, 4 de abril de 2013

A PROPÓSITO DE LOS ACTOS DE HUMILDAD DEL PAPA FRANCISCO

El papa Francisco se sentó junto a 30 recolectores de basura y jardineros del Vaticano, durante la celebración de una misa en la Casa de Santa Marta
Más de una vez hemos distinguido con García Morente, entre el estilo y las maneras. Propio del caballero, aquél; impropias del mismo éstas últimas. Aplicando a lo que ahora incumbe, no debe confundirse la virtud de la humildad con su parodia, ni el estilo genuinamente humilde —que brota del señorío interior— con las maneras sobreactuadas de la modestia. Una cosa es la posesión de un estilo y otra distinta el amaneramiento. En nada se analogan el abajamiento ascético y el plebeyismo gestual. Y si es cierto que la captación del primero supone un espíritu entrenado, mientras el segundo es fácilmente captable por las masas, mal camino elegimos si en vez de propender la elevación y el afinamiento de las almas hacemos ademanes gratos a las tribunas aplaudidoras. Sobre todo, si entre esas tribunas se haya la prensa internacional, culpable en grado sumo de las agresiones más viles contra la Iglesia.

Lo primero que debería hacer un hombre auténticamente humilde es impedir que el mundo entero cantara loas a su humildad. O por lo menos, protestar que tales encomios violentan su carácter. Si como bien enseña Santo Tomás (Sum. Th., II.IIae, q. 113), no se debe cometer un pecado para evitar otro, en mucho ha de cuidarse el que no quiera incurrir en soberbia, de faltar a la caridad hacia el prójimo, obrando por contraste, de modo tal, que dicho prójimo pudiera ser tildado de presuntuoso. Calzar por humildad zapatos ordinarios de calle, cuando hasta ayer se usaron otros en consonancia con los colores litúrgicos y la dignidad del Divino Peregrino a quien esos pies representan en la tierra, es ofender, o al menos poner en duda, precisamente por contraste, la humildad de quien hasta hace instantes calzó de ese modo. Es inexplicable —por no cargar los adjetivos— que a la par que se alaba a Benedicto XVI públicamente, no se quiera columbrar el destrato que se le inflige con estas promovidas comparaciones patéticas.

Ejemplo nimio, se dirá; pero se potencia hasta el extremo cuando se dice —como lo ha hecho Francisco el sábado 16 de marzo— que él bien “quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres”,como si hasta hoy ambos bienes le hubieran resultado ajenos u hostiles a la Esposa del Redentor. Como si no hubiera existido, por caso, un San Pío X, venerado por el pueblo llano, sin necesidad de bajarse de su trono. Extraña humildad la de tenerse por axis mundi de una iglesia que recién con uno mismo tomaría conciencia del bien de la pobreza; y extraña paradoja la de optar por los pobres pero contar con las fervorosas adhesiones de masones y judíos, que amén de lo más grave —su condición de cristofóbicos— son los titulares de la usura internacional. Incluyendo al gran Rabino de Roma, a quien invocando el Concilio Vaticano II, invitó expresamente a “la misa solemne de inauguración de mi Pontificado”, pero no a donar sus finanzas para los más necesitados.

Tampoco debe confundirse el siempre necesario homenaje a la investidura, y en este caso, nada menos, que a la del Vicario de Cristo, con la superflua pleitesía a la persona o al funcionario. Bien estará que eliminemos todo signo exterior de servilismo a la persona, aún el que pueda tener cierto arraigo o acostumbramiento por el mero paso de los años. Pero no estará bien suprimir el ceremonial tradicional y digno, con sus signos, sus gestos, sus pasos demarcados y significativos, porque dicha supresión no comporta incremento de la humildad sino abolición de los ritos y de los símbolos. La Iglesia no es la limusina ni los uniformes de los guardias suizos. Pero bien ha explicado Guardini la pervivencia del espíritu eclesial en los signos sagrados. Si en nombre de la austeridad quedasen abolidas o relegadas todas aquellas hierofanías que comporta el canto, la museta, la estola o la bendición melismática, el Papado no habrá ganado en pobreza evangélica. Se habrá vaciado de mytos, como diría el fraile Diego de Jesús. Se habrá inmanentizado y rebajado, para hablar sin metáforas.

Mucho nos tememos, por lo que ya llevamos visto, que el Papa Francisco esté en tamaño terreno tan completamente desprovisto de un recto criterio, como transido de malos hábitos porteños, fanatismos futboleros incluidos. El franciscanismo del Poverello de Asís es garantía de santidad probada; el de Paolo Farinella, con su novela Habemus Papam, apenas si conduce a la risotada zafia. Pero hay un franciscanismo aún peor que registra con llanto la historia de la Iglesia. Es aquel que bajo cierta influencia gnóstica de Joaquín del Fiore produjo reformas eclesiales que adulteraron la mismísima doctrina católica, incurriendo, entre otras, en la amenaza del utopismo, la herejía perenne, según recordada definición de Molnar. Capítulo extraño éste del descalzismo o de la descalcez extraviada en la vida de la Iglesia, que ha sido estudiado,entre otros, por Fidel de Lejarza, José Antonio Maravall o Georges Baudot. Por eso, bien recuerda el fraile Miguel Padilla que la pobreza de San Francisco es de índole teologal, no sociológica; y que expresamente dispensaba de la pobreza lo tocante a la Sagrada Liturgia y a la Santa Misa. “Los Vasos Sagrados, los Ornamentos y los Libros donde están las Palabras de Jesús deben ser esmeradamente cuidados”.
Hagamos votos para que el franciscanismo del Papa Francisco, en las antípodas de toda corriente desviada, signifique el retorno a aquella desnudez que alegorizara Juan Ramón Jiménez:“desnudez malva de estrellas mojadas”, como “la túnica de una inocencia antigua”. Hagamos votos porque este franciscanismo restaure a la Nave, defenestrando de su seno a sodomitas y a fenicios, a los adúlteros espirituales y carnales, a todos cuanto el de Asís les enrostraba, “¡El Amor no es amado!”, porque se amaban ellos, henchidos de fariseísmo y de poderes carnales.

Que lo cuide Dios al Papa Francisco de no confundir el camino. Porque hay confusión cuando se hace bendecir por el pueblo; hay confusión al pedir “una gran fraternidad” omitiendo al Padre en que tal comunión fraterna se vuelve legítima; también la hay si hace prevalecer los supuestos derechos de las conciencias no creyentes al deber pontificio de bendecir cruz en ristre, como si esa cruz, trazada siquiera en el aire por la mano consagrada, pudiera ofender a los incrédulos.Confunde asimismo el proponer como modelo sacerdotal la figura inequívocamente progresista del padre Gonzalo Aemilius, como sucedió el domingo 16 de marzo. No; no son señales que puedan suscitar una especial tranquilidad.

Hay también otra confusión, que de extenderse fuera del campo acotado en que se manifestó, puede acarrear acciones gravemente desacertadas. Querer viajar a la Ciudad Eterna para postrarse ante el Vicario de Cristo, no es un dolo que deba reprimirse, dando el monto del pasaje a los pobres, sino una virtud llamada magnificencia: ponerse en gastos y esfuerzos, precisamente por aquello que es santo, sacro o heroico. Algo nos quiso decir el Señor al respecto, cuando no avaló al Iscariote que le pedía a María trocar el rico perfume con que adoraba al Divino Hijo, por su equivalente en metálico para ayudar a los necesitados (San Juan, 12, 1-11).

Tampoco nos tranquiliza el cuasi unánime aplauso del mundo que, arrobado por su campechanía, ha dejado de tenerlo como piedra de escándalo y signo de contradicción. ¡Es uno más del mundo, como ellos y como todos!, festejan los multimedias. Pero el mundo no necesita que la Silla de Pedro esté ocupada por un austero fatigador de los transportes públicos, sino por un alter Christusvigoroso que, báculo en mano, entre en franca y aguerrida confrontación con él, amonestándolo y enmendándolo. Precisamente ésto enseñaba San Francisco, que la pobreza es el muro que nos separa del espíritu del mundo.

Cuidado —suplicamos contritos— con equivocar el camino. Pues haber recomendado la lectura del Cardenal Kasper —llamándolo “un teólogo in gamba”— en el Primer Angelus del V Domingo de Cuaresma, tampoco nos ayudará a recuperar la iglesia de los pobres. La evidencia se impone. Kasper —junto con el entonces Cardenal Bergoglio— es uno de los que en julio de 2004, en el lujoso hotel cinco estrellas Intercontinental de Buenos Aires, organizaron el Foro Judeo Católico, auspiciado por importantes organismos hebreos de la plutocracia americana y europea. En aquella ocasión, el ahora recomendado autor propuso lisa y llanamente la amalgama de las religiones judía y católica, porque “ambas son mesiánicas y el mesianismo tiene que ver con la esperanza”.


Extracto del artículo “Recen por mí. A propósito del nuevo Pontificado”, por Antonio Caponnetto 


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