OREMOS PARA QUE EL SANTO PADRE CONSAGRE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, TAL Y COMO LO PIDIÓ LA SANTÍSIMA VIRGEN EN FÁTIMA

Monseñor Marcel Lefebvre

"... sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento, proseguiremos nuestra obra a la luz del Magisterio de siempre convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Iglesia, al Papa y a las generaciones futuras. Y seguiremos rezando para que la Roma actual infestada de modernismo llegue a ser otra vez la Roma Católica..."

Ramiro de Maeztu

"Venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz."

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero, para que vuestros hijos sean mejores que vosotros"

miércoles, 5 de marzo de 2014

LA CENIZA

Me pongo en tu presencia, Señor, para que tu Luz me ilumine acerca de las verdades eternas y despierte en mí deseos de conversión
“Pulvis es et in pulverem revertetis” (Gén. 3, 19). Estas palabras, que Dios dirigió por primera vez a Adán en castigo del pecado que había cometido, las repite hoy la Iglesia a cada uno de los cristianos para recordarnos dos verdades fundamentales: nuestra nada y la realidad de la muerte.

El polvo, o sea la ceniza que el sacerdote pone sobre tu cabeza, sin consistencia alguna, pues basta un leve soplo de viento para dispersarla, manifiesta muy claramente la nada del hombre. “Ecce mensurabiles posuisti dies meos, et substantia mea tamquam nihilum ante te” (Sal. 38, 6). ¡Cuán necesario es que tu orgullo y tu soberbia comprendan esta verdad, que todo lo que hay en ti es nada! Sacado de la nada por la potencia creadora de Dios y por un amor infinito que quiso comunicarte se ser y su vida, no puedes ya, por causa del pecado, volverte a unir eternamente con tu Dios sin pasar por la oscura realidad de la muerte. Consecuencia y castigo del pecado, la muerte es en sí amarga y dolorosa; pero Jesús, que ha querido hacerse en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, sometiéndose a la muerte de al cristiano fuerza para aceptarla por amor. De todas maneras, el hecho de la muerte es cierto; más tú no debes considerarla como motivo de turbación, sino más bien como estímulo para practicar el bien. “In omnibus operibus tuis memorare novissima tua, et in aeternum non peccabis” (Eclo. 7, 40). El pensamiento de la muerte te recuerda la vanidad de las cosas terrenas y la brevedad de la vida – “todo se pasa, Dios no se muda” – y te dice que no debes aficionarte a nada y que tienes que despreciar cualquier gusto terreno para buscar únicamente a Dios. El pensamiento de la muerte te hace comprender que “todo es vanidad, meno amar a Dios y servirle de Él solo” (Imit. De Cristo I, 2, 3).

“Acuérdate que no tienes más de un alma, ni has de morir, más de una vez…, y darás de mano a muchas cosas” (TJ. A. 68), es decir a todas aquellas cosas que no sirven para la eternidad. Para allí sólo tiene valor el amor y la fidelidad a Dios: “A la tarde (de la vida) te examinarán en el amor” (JC. AS. I, 57).

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